Tierra de nadie
Amores y temores
Descanso dominical
Dice la Real Academia que ya tenemos más de 93.000 palabras en nuestro diccionario de la lengua española. Y a mí me parecen pocas. Es extraño porque, al mismo tiempo, me gustaría agarrar un puñado de ellas, meterlas en una caja con un lazo hinchado y mandárselas por correo urgente a los alemanes, a los rusos o a los polacos. Allí, que son capaces de construir vocablos con cinco consonantes encadenadas y pronunciarlos luego sin ahogarse y casi sin carraspear, les estorbarían menos. Seguro. También les devolvería algunas a los ingleses, sobre todo por bajarle los humos a toda esa gente que habla como si tuviera el volante gramatical a la derecha, conduciendo todo el tiempo en las conversaciones y los escritos por el carril contrario. Ya está bien la broma. No confundamos aprender idiomas con desahuciar a tu lengua materna. Todo lo materno es sagrado.
Me pongo muy gallito así de primeras, pero imagino que al final no llevaría la caja a la oficina de Correos. Me pasaría como cuando hay que liberar espacio en el móvil, que avanzas por la carpeta de las fotos como en un campo de minas, no vaya a ser que borres algo realmente imborrable. Al renovar el armario o limpiar el trastero sucede algo parecido. Y no digamos si te ves en el trance de donar o regalar libros; hasta los que leía tu hija con cinco añitos te parecen incunables. Así que guardaría todas esas palabras que no me gustan, que tampoco son tantas ni ocupan tanto lugar, por si tuviera que usarlas algún día en el trabajo, en una de estas páginas, en alguna charla distraída o en un recurso de alzada. Quizá por si, como fantaseaba Millás en un artículo delicioso de ‘el malpensante’, pudiera abrir algún día una tienda de sustantivos, verbos, adjetivos y frases hechas. Estarían de saldo todo el tiempo, casi regaladas.
Sin embargo, en el escaparate, alto y lustroso, haciendo chaflán, colocaría bien visibles las palabras que más me gustan por su fonética y por su significado. La mayoría de las veces van en armonía; suenan a lo que son, ¿no les parece? Podría hablar de ello con los clientes. Y así, tras el cristal y en los anaqueles, lucirían palabras como ‘casapuerta’, ‘arriate’, ‘hija’, ‘alféizar’, ‘triquitraque’. Nos encargaríamos de que pudieras encontrar fácilmente ‘inteligencia’, pero no la pondríamos junto a ‘artificial’; en letras grandes estaría ‘altruismo’ y en una caja, escondida, ‘algoritmo’. Y también tendríamos un apartado para las palabras andaluzas y para las llegadas de América. La última, recién salida del horno, es ‘azotehuela’, que es el patio interior de una vivienda. Pero los trámites para una licencia de apertura de cualquier negocio son infinitos y desquiciantes… Así que, hasta entonces ,es mejor vernos aquí para darnos la palabra.
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