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La ciudad y los días
Tengo, tenemos muchos que compartimos años, una deuda impagable con aquel Estudio Uno que TVE emitió entre 1965 y 1984. Lo creó la televisión pública (y única) de la dictadura y se lo cargó la televisión pública de la democracia bajo mandato socialista con Calviño como director general. Un año más tarde se cargaron La clave de José Luis Balbín. En fin… Gracias a Estudio Uno descubrí a Chéjov, que es a quien hoy traigo aquí. La emisión de La gaviota el 28 de junio de 1967 –interpretada por Fernando Rey, Luisa Sala, Julián Mateos, María Massip, José María Caffarel y Pilar Muñoz– me descubrió a Chéjov, como las de El rinoceronte, Peer Gynt o La loca de Chaillot me descubrieron a Ionesco, Ibsen o Giraudoux. Las veía y salía disparado a Atlántida o a Montparnasse para que mis libreros de cabecera, Juan Beltrán Díaz y André Duval, me consiguieran obras de estos autores.
Volviendo a Chéjov, Alba Editorial ha reeditado en formato de bolsillo su excepcional La isla de Sajalín, un reportaje de tono periodístico sobre la colonia penitenciaria establecida por el zarismo en esa remota isla que Rusia, Japón y China se disputaron hasta que en 1875 quedó bajo dominio ruso. En 1890 Chéjov, ya un escritor de prestigio, decidió viajar a ella por motivos científicos, como médico, y humanitarios, como escritor de profundo interés social, para estudiar las condiciones de vida en lo que definió como “el único lugar donde se puede estudiar la colonización por parte de delincuentes a excepción de la Cayena en la actualidad y de lo que Australia era en el pasado”. Regresó consternado. “La impresión que me ha dejado el viaje es bastante penosa. Mientras estaba en Sajalín sólo sentía en mi interior un sabor amargo… Ahora, en cambio, se me aparece en el recuerdo como un verdadero infierno”. Tras sufrir censura, la primera edición se publicó en 1895.
Si sitúan La isla de Sajalín entre Memoria de la casa de los muertos (1862) y Archipiélago Gulag (1973-1977) –con la diferencia fundamental de que Chéjov fue un visitante mientras que Dostoievski y Solzhenitsyn fueron condenados y deportados– tendrán una idea de la pasión rusa, con independencia de que gobiernen zares blancos o rojos, por los penales y campos de concentración siberianos. Hasta Putin. Recuerden la reciente muerte “natural” de Alexéi Navalni en la colonia penal IK-3, conocida como El Lobo Polar.
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