Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Conforme se acerca el 28, uno tiene la impresión de que la campaña electoral, y su larga precampaña, no son sino una abrupta reordenación de la izquierda, con vistas a las generales de diciembre. Dicha reordenación, metida en adelgazamiento, parece consistir en una jibarización total de Podemos, tendente a que el partido de la señora Díaz, encorpachado ya tras el verano, libre al señor Sánchez de ciertos apoyos, digamos, un tanto inexcusables. El paso previo, en todo caso, es este de facilitar el mutis de Unidas Podemos, lo cual le permitiría negociar en mejores términos con el siguiente paso, esto es, con el partido de la señora Díaz, más flexible y cautelosa en sus modos. Esto es, más aceptable para el votante de centro.
En fin. Hoy se cumplen años (453), de la entrada de Felipe II por la puerta de Goles, después de pasar revista a la flota surta en el Guadalquivir. Al año siguiente tendría lugar Lepanto, victoria celebérrima y costosa, en la que se determinó el dominio del Mediterráneo. Sin destacar mucho las similitudes, uno entiende que, en las elecciones próximas, Sánchez está más ocupado en prefigurar el PSOE de diciembre, que en salvar a las taifas que se juegan, en breve, su pervivencia. Esto supone, probablemente, el sacrificio de algún caudillo autonómico. Pero supone, en mayor modo, llegar limpio de cierta hinchazón retórica a los comicios de otoño, con una izquierda nacional aglutinada y manejable. A ello se añadiría, probablemente, la posibilidad futura de que el señor Sánchez y la señora Díaz, ya más centrados, pudieran gobernar sin el apoyo de la periferia montaraz y disolvente. Para entonces, es posible que el señor Sánchez se presente ante el electorado como una suerte de señor Feijóo, pero en guapo y con fondos de la UE. Y dada la maleablidad que nos aflige como electores, es probable que dicha impresión surta su efecto.
El señor Sánchez ha mostrado una impresionante ductilidad a la hora de retener el poder, cuyo virtuosismo no parece en declive. Y con un Podemos en trance de extinción, don Pedro quizá no halle inconveniente en presentarse ("¡Ay, mísero de mí, y ay infelice!"), como una de sus principales víctimas. Tampoco tendrá problemas, suponemos, en predicar el centrocentrismo a una pujante y educada señora Díaz. El perfil europeo del señor Sánchez se construirá, así, sobre una doble guía: la sobrecaricaturización podemita y el piadoso olvido -"¿de las nieves de antaño, qué se hicieron?"- de Bildu y ERC.
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