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La tribuna
EL papel de Turquía en el conflicto sirio no ha sido precisamente el del vecino neutral. En un giro inesperado en su política exterior, Ankara pasó de buscar la afinidad regional con Siria a todo lo contrario. Y ese brusco cambio Tayyip Erdogán también lo realizó en su política interior frente al PKK kurdo, al que de nuevo encaró como una amenaza a su seguridad. Israel también lo tuvo Erdogán en su punto de mira tras la agresión salvaje que sufrió en el Mediterráneo Oriental la flotilla solidaria con Palestina, compuesta por embarcaciones turcas que transportaban ayuda internacional. Era un tiempo en el que el presidente islamista egipcio Morsi y Erdogán se repartían la influencia en el Medio Oriente, mas la acción militar del general egipcio Al Sisi deponiendo con su golpe al turbulento Morsi y a su Hermandad Musulmana en tierras de los faraones le dejaron a Erdogán la posibilidad de acercarse más a la Arabia Saudí en su búsqueda de la antigua grandeza otomana. Riad fichó entonces al antiguo enemigo turco en su pacientemente bordado mapa para alterar la influencia iraní en la región, imponiéndole a Siria una guerra. Para Riad como para su tríada de tiranías petromonárquicas, la operación militar destinada a destruir al régimen sirio era apuntar directamente a Teherán. Hundir al país era también cortarle la yugular al Hezbolá libanés, que justamente a través del territorio sirio recibe la ayuda desde Teherán. Hace casi seis años atrás esta geopolítica, acelerada por el hundimiento de la Libia de Gadafi, creyó que era el momento de alterar los equilibrios en la región neutralizando a Teherán, que en su revolución de democracia islámica amenazaba con elecciones, sufragios y leyes igualitarias a las tiranías unifamiliares de escuela wahabita (un Islam cruel, inhumano y degradante) que, como se vio en la ocupación militar saudí de Bahréin, no estaban dispuestos a pensar en las urnas por muy islámicas que fuesen.
La invasión yihadista de Siria en este contexto se aceleró. La Hermandad Musulmana y sus agentes wahabitas, con el inmenso oro de las petromonarquías y bajo la batuta saudí, se ocuparon de la milagrosa financiación de esta misión como en Afganistán para expulsar a los soviéticos: la guerrilla yihadista. La creencia, errónea desde el inicio, de confundir al régimen sirio con el libio atrajo a Londres y París por un lado y a EEUU por el otro, pero Obama no se dejó llevar por esta apuesta aventurera, aunque tampoco la abortó.
Así, el conflicto se creaba dejando Turquía sus fronteras abiertas para el pase de los entonces llamados "rebeldes moderados" a territorio sirio cuyo Gobierno en guerra ya no podía controlar el flujo de bienes y personas en su frontera con la Turquía de Erdogán. Se cifra en 80.000 los ahora llamados yihadistas que como mercenarios pasaron por la inocente Turquía para la forja del Daesh, Al Nusra y los otros batallones de guerreros santos, que utilizados como marionetas de Ankara, Tel Aviv y Riad pretendieron forzar a EEUU a intervenir militarmente contra Irán. Pero Obama prefirió pactar con Teherán y desde ese momento Londres y París se vieron con sus intereses congelados mientras Riad y Ankara, con el agente Netanyahu en Israel, mostraron su enfado contra Washington. Pero es la economía global y no el avispero del Medio Oriente el que rige los destinos de las grandes potencias.
El error turco de apostar a caballo perdedor (hay Al Assad para rato), los tropiezos con los kurdos (los de dentro y los de fuera) y, por si fuera poco, su enfrentamiento con Moscú derribándole uno de sus aviones para que su piloto fuese salvajemente asesinado por Daesh, terminaron poniendo a Erdogán bajo las cuerdas.
El presidente turco y Daesh no son precisamente desconocidos. El primero, con sus servicios de Inteligencia islamistas y, los otros, con el suyo propio elaboraron grandes proyectos con mayores beneficios mutuos. El terrorismo productivo del yihadismo en suelo sirio e iraquí durante años ha sido un eje económico para Ankara. Y hasta que la aviación rusa no destrozó el complejo asistencial entre turcos y yihadistas destruyéndoles bases y convoyes en sus centros de distribución regional, Erdogán, no ha entendido lo que ahora acaba de comprender frente a Moscú. Ahora Erdogán se acerca a la Rusia de Putin pagándole la factura del avión derribado. Ahora Erdogán se acerca a Israel abriendo de nuevo embajada y ahora Erdogán ya no puede seguir ni indirectamente asociado a Daesh, del cual ya se ha distanciado. Las explosiones asesinas de Estambul con más de cuarenta muertos y centenares de heridos son las facturas pendientes que Daesh le pasa al antaño colega turco, sabiendo como sabe Daesh, que su futuro ya es del color de su bandera mercenaria: negro. Ahora Washington y Moscú son los que dominan la región y la misma Turquía tiene un papel dominante mas no determinante. Ankara ya está de penitencia. Ahora sólo le falta resarcir a su vecino sirio de los males causados.
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