Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Editorial
LA monumental pitada que las aficiones del Athletic de Bilbao y del Fútbol Club Barcelona dieron en la noche del pasado sábado al Jefe del Estado y al himno de España al inicio de la final de la Copa de Su Majestad el Rey es un hecho que no por reiterado deja de ser grave y resulta completamente intolerable. Las ideas independentistas son tan respetables como las que defienden el marco de unidad y libertad que supone España desde que está en vigor la Constitución. Y no hay duda de que existe un derecho innegable a expresar una ideología que defiende la separación de determinados territorios de los otros que unidos a esos conforman España. Pero hasta la libertad de expresión tiene límites y pitar un símbolo de todos, como es el himno, sobrepasa el umbral de la ofensa. Una ofensa inadmisible en sí misma que, para mayor escarnio, se transmitió al mundo entero por televisión. Un hecho como el vivido en Barcelona el sábado no tiene parangón en las democracias más consolidadas de nuestro entorno: sería impensable un comportamiento como ése en naciones como Francia, el Reino Unido, Alemania, Italia o Portugal por citar sólo los ejemplos más homologables. La situación es aún más grave si tenemos en cuenta que el comportamiento es reiterado. No es sólo que se pitase en la primera final que preside Felipe VI como monarca, sino que con los mismos equipos jugándose el título, en 2012 en Madrid y en 2009 en Valencia, ocurrió igual con Juan Carlos I en el palco. Este inadmisible comportamiento de los aficionados de ambos equipos no debería quedar, como en las ocasiones anteriores, impune. La irrespetuosa reacción a la presencia del Jefe del Estado y a la transmisión por megafonía durante 48 segundos de los compases del himno nacional es un acto suficientemente execrable como para reunir a la Comisión Estatal contra la Violencia, el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia en el Deporte. Y creemos que el Gobierno hace bien en convocar hoy a ese órgano para estudiar lo sucedido, aunque dados los precedentes pensamos que debió haber una acción preventiva firme que desincentivase la pitada, sin descartar incluso la suspensión del partido y su reanudación sin público una vez desalojado el recinto deportivo. Sancionar a posteriori a los clubes resultaría ahora ineficaz y probablemente injusto. El daño ya está hecho y no por los clubes sino por sus seguidores. También son rechazables los gestos de comprensión de los gobiernos vasco y catalán a lo ocurrido y sus peticiones de que quede impune. El respeto a los símbolos que nos hemos dado todos democráticamente debe estar fuera de cualquier consideración política y la tarea de mantenerlo es urgente.
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