Jesús Benítez
Pleonasmo
Hablar bien es como el saber, que no ocupa lugar. Lo anormal es empeñarse en destrozar el lenguaje, según las modas o ‘paranoias’. Al paso que vamos, no solo peligran los idiomas, peor lo tienen otras formas de expresión como los silbidos, que aún hoy siguen escuchándose a lo largo y ancho de los barrancos canarios de La Gomera, al igual que también se estilan en otros 70 pueblos del planeta, desde el Himalaya hasta Siberia, pasando por los Pirineos o la Amazonia, silban y silban. "Quizás silbar fue parte de la dinámica que impulsó a los humanos a adaptar su comunicación a algo más elaborado", afirma sin complejos el investigador Julien Meyer, que ha profundizado con ahínco en los ancestrales silbidos como una forma primigenia de lenguaje, Benditas palabras, aunque sean silbadas, si se pronuncian como Dios manda. Eso sí, debería multarse a quien dé palos al diccionario, no solo de la RAE, también al de los silbidos.
El interés del mencionado científico hacia esos lenguajes silbados comenzó al leer un artículo publicado hace más de medio siglo en la revista estadounidense 'Scientific American' sobre el silbo gomero, una forma de español silbado 'hablado' que se utiliza en la isla canaria de La Gomera. Meyer considera a ese silbo gomero como un lenguaje que se vale de dos vocales y cuatro consonantes silbadas, para reproducir las palabras del idioma castellano, con la peculiaridad que se adapta perfectamente a ese paisaje de valles profundos y abruptos barrancos, pudiendo recorrer un silbido hasta tres kilómetros de distancia. El sonido y las palabras, por suerte, no encuentran límites ni muros, se valen incluso del eco.
Por vocablos, que no quede. En ello reside la riqueza de todas las lenguas y culturas. De hecho, hay términos que pasan desapercibidos, pero que están en boca de todos. Este es el caso del pleonasmo, una preciosa figura retórica que consiste en añadir enfáticamente a una frase más palabras de las necesarias para su comprensión, con el fin de embellecer o añadir expresividad a lo que se dice. Es decir, la consabida redundancia que empleamos al decir, por ejemplo: 'lo he visto con mis propios ojos' o 'subir arriba'. Lo contrario del pleonasmo es la elipsis que, para abreviar, supone eliminar elementos (sustantivos, pronombres, preposiciones, artículos, etc.) que se sobreentienden en una oración. Que tire la primera piedra quien no los haya puesto en práctica con afirmaciones tan asiduas o comunes como: "Me mantuve callado hasta que no aguanté más", en la que ya desde el principio nos comemos el pronombre 'yo'.
Ni que decir tiene que el uso de ciertas expresiones trae consigo consecuencias o 'efectos secundarios' y, en honor a la verdad, no me sonroja ni incomoda relatar una experiencia personal muy descriptiva. Por razones de estrés, tuve que asistir en varias ocasiones a un especialista que, llegado a cierto punto en su valoración, vio necesario conversar también con un amigo o familiar. Como es lógico, acepté de buen grado, pero una vez allí no me esperaba que el galeno solo permitiese la entrada de mi acompañante que, acabado el breve ‘interrogatorio’, salió de la consulta con una sonrisa de oreja a oreja. Sin dilación le inquirí qué le había preguntado. Su respuesta fue demoledora: "Que si siempre hablas así, utilizando palabras tan rebuscadas o repetitivas que vienen a significar lo mismo. Piensa que le das muchas vueltas a las cosas. Al final, le he dicho que si él no te entendía, yo sí". Desde ese día, aún me estoy riendo. Ríanse ustedes también. La vida es un pleonasmo…
(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez.
Las palabras perfectas
son las que se lanzan
brutalmente al viento.
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Las que se escriben,
casi siempre,
son sólo un boceto.
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Los gestos sólo dicen
lo que habla de ellos
el silencio.
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Los versos son el latido
del instinto, de un momento
en el que soy pasto del tiempo.
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El aire porta los sueños,
algunos inciertos
y otros no contados.
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La mente no es ni pluma
ni palabra,
pero sí desván del tiempo.
© Jesús Benítez
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