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De la Fuente ha conseguido un histórico éxito, la Eurocopa de 2024, ganando todos los partidos, en los que ha jugado con equipos mucho más favoritos para analistas, aficionados de tropa y apostantes. El logroñés, un ex futbolista que ya pocos recuerdan, ha conformado un grupo humilde –como él– con jugadores desconocidos para los futboleros que no coleccionan ya estampitas. Un verdadero equipo, sin prima donna ni niñatos protestones (de esta calaña los hay entre los entrenadores: el alemán todavía estará pataleando). Un plantel de buenos chicos; letales en la cancha, eso sí.
En un mes de campeonato, que es lo que se pega jugando quien llega a la final, el seleccionador triunfante y el subcampeón están sujetos a crecientes y rocambolescas dosis de presión. Se trata de exprimir el limón periodístico con afán de irresistible titular, algo que se multiplica con la capacidad que tiene el fútbol de dar pie a elucubraciones de todo tipo, hasta en los campos bipolares donde se dirimen los patrios duelos a garrotazos; vicio, este último, que congrega a quienes no son muy futboleros o futboleras: el fútbol es un panal de rica miel, no se abstienen de revolotearlo ni quienes lo sufren en silencio.
El otro día, un periodista que ostentaba la superioridad moral e intelectual de despreciar a quienes no piensan “como se debe”, le soltó a De la Fuente una de las mayores cretinadas que se han escuchado, al menos en español, en una sala de prensa. Vino a ser esto: “Como yo soy ateo no puedo comprender su superstición al santiguarse al inicio de los partidos”. Como yo soy ateo: ¿cabe mayor petulancia para empezar a preguntar? Una millonésima y fugaz hormiga –como usted y yo–, dentro del infinitesimal punto azul que es la Tierra en el infinito espacio cósmico, que tiene los santos bemoles de autoungirse como intelectual y espiritualmente liberado de supercherías. En una sala de prensa.
Como yo soy ateo: ¿cabe mayor petulancia para empezar a preguntar? Me hubiera gustado ver si el ateo –opción tan razonable como la de ser creyente, huelga decirlo– se lo hubiera espetado a los jugadores musulmanes que elevan sus preces a Alá al principio del partido, o al entrenador de Argelia. O si hubiera sido igualmente bravo con gente como Luis Aragonés o el rey del cristalito esofágico, Luis Enrique, gran cabreado sin causa (lo contrario que De la Fuente). No sé si el hombre del micrófono hubiera tenido, en ninguno de esos casos, ateas pelotas. Viva la diversidad y la multiculturalidad... ¿o no era eso?
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