El microscopio
La baza de la estabilidad
Su propio afán
Las secuelas no médicas del coronavirus se estudiarán en el futuro con pinzas jurídicas, con lupa sociológica y con microscopio psicológico. Va a haber para todos los campos de la ciencia, desde el Derecho Constitucional hasta la antropología. Puede escribirse desde del enésimo allanamiento a los derechos fundamentales hasta de la nueva obligatoriedad de las mascarillas incluso paseando solos por el campo. Sin embargo, hoy quiero oír la queja de mi corazón, quiero decir, la del corazón de mis hijos.
Las medidas contra el coronavirus han sido un torpedo en la línea de flotación de la familia extensa. Esto es, la que incluye primos, cuñados, tíos abuelos, contraprimos, sobrinos y un poco (a poco) a las novias formales de los nietos mayores. Ya existía una tendencia muy acusada de debilitamiento de esta gozada de familia a favor de unas familias nucleares cada vez más minúsculas, más centradas en sí mismas y más volátiles, como paso previo a la explosión nuclear nórdica, donde al cumplir los 18 años los hijos se despiden como neutrones sin órbita. Con el coronavirus, esa tendencia se ha acentuado porque a los hermanos que viven fuera ya no les dejan venir en vacaciones y los que viven cerca tampoco pueden ir a comer juntos a casa del patriarca (qué hermoso título) porque se superan los límites máximos de individuos (qué feísimo nombre, "individuo"). ¿Quién nos iba a decir que las castas contra las que apuntaban Iglesias y compañía eran las estirpes familiares y no los privilegios políticos, eh?
Los mayores lo podemos sobrellevar más o menos bien, porque tenemos reservas de memorias compartidas y tiramos de tecnología; pero mis hijos añoran a sus primos (paternos y maternos), y carecen de recuerdos y de recursos. ¿Quedará una laguna en su educación sentimental? La relación con los primos es insustituible, con un pie en la fraternidad y otro en la amistad, fortaleciéndose mutuamente; las sobremesas son una maravilla para los niños que se escabullen y van y vuelven y de golpe se animan a decir algo en la discusión de los mayores; en un despiste, prueban el vino, y participan de un brindis, y las madres se enfadan, y los demás ríen; el papel principal de los abuelos, frente a tanto esquinamiento social, refulge.
Todo eso lo hemos perdido, pero tenemos que no perder la conciencia de su pérdida, porque hemos de recuperarlo. Conjurémonos. La familia extensa nos espera.
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