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Desconozco si hay una intención poética, pero el PP ha elegido el número 222 (que nos remite a los cisnes modernistas de Rubén) para el punto de su programa electoral en el que se compromete a derogar una de las leyes más venenosas de la pasada legislatura, la denominada de Memoria Democrática. La redacción del texto, pese a su estilo alambicado, no deja lugar a dudas. Dice: “Impulsaremos, derogando la mal llamada ley de Memoria Democrática, una nueva norma consensuada que refuerce los principios democráticos y la reconciliación nacional que fundamentaron el pacto constitucional durante la Transición, así como la convivencia democrática de una sociedad, la española, que aspira a la justicia y al reconocimiento de la verdad”.
La memoria democrática, de soltera histórica (aunque no es ninguna de las dos cosas), ha sido en sus diferentes estadios evolutivos una de las cuñas más venenosas que la izquierda plus ultra (con la conformidad de la moderada) ha logrado introducir en la conversación nacional y en su corpus legislativo. Es más, el ambiente de crispación política actual bebe en gran parte de aquel venero surgido de un bastonazo del gran Zapatero, reconvertido hoy en el San Juan Bautista del sanchismo. Lo que empezó siendo una lógica y deseable reivindicación de dignidad para los restos mortales de las víctimas de la represión franquista, ha acabado mutando en un instrumento liberticida y prohibicionista con el que se quiere imponer al conjunto de los españoles una versión oficialista de su historia más reciente, especialmente la II República y la Guerra Civil, cuyo fin no es otro que la deslegitimación cultural de la derecha. Eso sin hablar de los parásitos que chupan de la herida patria, acogidos a todo tipo de ayudas, subvenciones y sueldos para manosear una historia que desconocen en gran medida.
Hace más que bien el PP en prometer la derogación de la ley de “memoria democrática”, pero es más que legítimo dudar de su sinceridad. No son pocos los ejemplos que nos recuerdan la parálisis que afecta al centroderecha español cada vez que tiene la oportunidad de desactivar este artefacto ideológico colocado en pleno centro de nuestra convivencia. Sólo hay que mirar a la Andalucía de Juanma Moreno. Por complejo, por ignorancia, por cobardía o por interés, el PP gusta de chaquetear en las batallas culturales (que haberlas haylas). Prefieren vivir en un eterno verano azul de playas artificiales.
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