Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Su propio afán
La opinión de un lector para mí es sagrada, incluyendo los comentarios de José Luis Piquero, ese excelente poeta que critica concienzudamente mis artículos (con elegancia) desde el más fiero laicismo ateo. También su opinión -espero que pueda perdonármelo- es sagrada. En esta ocasión, la crítica a mi artículo fue de racimo.
Yo había escrito que el proyecto de Yolanda Díaz, alias la Fashionaria, abandonaba, con su progresismo cursi de urbanita seriófila, al proletariado clásico. Lo que coincidía con el abandono del PSOE de Tito Berni y los impuestos a autónomos y con el del Podemos del feminismo trans y el animalismo salvaje. Mientras Piquero hacía una crítica clásica (el proletariado jamás había vivido mejor que con Sánchez); otros lectores apuntaron mejor contra la línea de flotación de mi columna: el proletariado no vota, según todos los datos sociológicos, entre otras razones, porque no existe. O sea que yo estaba haciendo algo más digno que dar lanzadas a un moro muerto, pero más bobo: dar lanzadas en defensa de un moro inexistente.
Asumo que, a excepción de Piquero, tienen razón mis críticos y que en mi artículo me dejé llevar por el romanticismo revolucionario adherido a la palabra "proletario". Sin embargo, con una leve corrección, el análisis sigue siendo válido y más necesario aún.
No será ya al Proletariosaurius Rex, gran figura decimonónica ya extinta, pero la izquierda 2.0 sí ha abandonado a la clase popular, entendiendo por ésta a la España -perdónenme- que madruga y a la que le madrugan el salario con los impuestos. La que quisiera mantener a su familia con su pequeña propiedad y su oficio honesto. La que se resiste, precisamente, mea culpa, a la proletarización.
Karl Marx explicaría bien que, si han cambiado las estructuras económicas y ha dejado de existir el proletariado, la superestructura de los partidos de izquierdas ha perdido pie, y ha de buscar otro apoyo en los arcoíris y en los unicornios. Por el otro lado, aunque los intentos de Vox de ganarse el voto obrero son intelectualmente atractivos y la creación del sindicato Solidaridad, uno de los grandes movimientos de fondo en la superficial política española; esta inexistencia del proletariado como clase y como bolsa de votos, debe tenerse en cuenta. El gran caladero electoral (y moral) sigue estando en el sentido común y en las maltratadas clases medias y populares abandonadas, salvo por Hacienda.
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