Qué será de Etsuko

No hace falta evitar el medio inhóspito en que nos desenvolvemos, no. Basta con observarlo desde otro prisma, viajando con la nostalgia como 'transporte', a Japón por ejemplo

22 de marzo 2025 - 06:31

El Imperio del Sol Naciente, tan lejos, tan cerca.
El Imperio del Sol Naciente, tan lejos, tan cerca. / JUANJO CRISTIANI

Se hace eterna la duda, intentando averiguar si seríamos más felices viviendo de recuerdos, que afrontando la realidad de lo evidente. El uso del pasado, a través de la nostalgia, es un recurso inofensivo con efectos positivos, casi terapéuticos, en nuestra autoestima, provocando un largo suspiro que introduce en la añoranza de experiencias sublimes, aquellas que dulcifican el ánimo. Cuando el horizonte ofrece tintes negros, podemos mirar atrás y recrearnos con acontecimientos de la existencia que devuelvan la confianza.

En muchos casos, ese retorno al ayer permite evocar secuencias efímeras, escenas o escenarios inigualables, gestos breves y placenteros, sueños, un beso sincero, caricias, o una palabra emotiva. Existe, claro que sí, un universo íntimo, privado, quizás paralelo, al que podemos acceder buscando socorro o alivio, rememorando imágenes y momentos determinantes en el tránsito de nuestra vida. El ser humano se aferra siempre a sus experiencias más gratas, cuando intenta mitigar las desgracias o una influencia negativa, ocasional y evitable. Así, en un acto introvertido, socorremos el alma, salimos a flote, renacemos, gracias a evocar otros tiempos que, por una u otra razón, resultaron mejores. Y están ahí, al alcance del pensamiento.

No son pocas las ocasiones en las que he optado por cerrar los ojos y volado al ayer con la memoria. Lo pongo en práctica cuando necesito eludir ambientes trágicos, ruina, tristeza y sufrimiento. El dolor busca remedios, antídotos, salidas y válvulas de escape. No hace falta evitar el medio inhóspito en el que nos desenvolvemos, no. Basta con observarlo desde otro prisma, incluida la nostalgia. Así, de tal forma, es como la mente me ha transportado una y otra vez a Japón, del mismo modo que hice en marzo de 2011, justo cuando un tsunami y terremoto de magnitud 9.0 provocaron aquellas trágicas consecuencias (casi 16.000 muertes), incluyendo el accidente nuclear de Fukushima. Horror sin límites. Ante tal devastación, busqué también refugio en el ritual nostálgico: bajé los párpados y, absorto, buceé en el océano limpio del recuerdo. Me reencontré así con mis cien y un viajes realizados a ese milenario país desde finales de los ochenta. Evocando el ayer, volví a pasear de madrugada por los alrededores del Palacio Imperial de Tokio, o contemplado rituales gimnásticos de trabajadores antes de iniciar su jornada laboral en una tienda de especias. Volvían a mí memoria sutiles experiencias en el Imperio del Sol Naciente. Trayectos en el tren bala, sugerentes Geishas, cerezos a las faldas del Monte Fuji, o el cosmopolita, dinámico y comercial barrio Ginza de la capital japonesa; entremezclado todo ello con algunas pesadillas de hacinamiento en un territorio superpoblado, atrapado en el Pacífico volcánico, tembloroso y peligrosamente inquieto. Con la añoranza como transporte, volvía a paladear arroz en todas sus versiones, la soja y el sushi que nunca me atrajo; habitaciones de hotel como de una casa de muñecas, con cuartos de baño claustrofóbicos. Japón, tan lejos, tan cerca.

Japón: contrastes ancestrales, paciencia y serenidad envidiables.
Japón: contrastes ancestrales, paciencia y serenidad envidiables. / Dan Leblanc

Gracias a los recuerdos, llega otra vez hasta mis oídos ese idioma antiquísimo que basa en los sonidos casi guturales (gruñidos) la confirmación o negación de sus ideas, o en la genuflexión el método de agradecimiento o sometimiento, no lo sé con certeza. Tantos y tantos contrastes ancestrales, paciencia y serenidad envidiables, quietud, sonrisas fijas; también agotamiento o productividad desmedida, quizá deshumanizada, tal vez… He visto desfilar por el subconsciente obras que venero de Yukio Mishima (novelista), Kurosawa (director de cine), Yosano Akiko (escritora), Kazuyo Sejima (arquitecta), Katsushika Hokusai (pintor), Makoto Hirano (ingeniero), Yasujiro Ozu o Shunji Iwai (cineastas), Satoshi Endo (periodista), Jiro Ishida (fotógrafo)… y, por extensión, a fabricantes de tecnología que, como la marca fotográfica Canon, impulsaron mi creatividad desde muy joven. Ése es el Japón que deseo mantener vivo, contrapuesto al drama, al horror, luminoso entre la bruma oscura.

Honestamente, debo añadir algo mucho más intimista a lo expuesto anteriormente. En realidad, mi recurso de liberación a través del pasado, también tiene un nombre de mujer más reiterativo: Etsuko (悦子), Takayamagi Etsuko San (高柳悦子サム). Nunca podré olvidarla, ni quiero. Siempre la añoro y busco entre sueños y pesadillas. Desde finales de los noventa, Etsuko forma parte de mi nostalgia recurrente, símbolo de un mundo que no corresponde a éste, es la sensibilidad de la que carece lo que me oprime. Tan sólo existió entre nosotros, un cruce de palabras y signos, miradas de afecto, quizás comprensión en silencio, química sin lenguaje. Ella trabajaba en el Hotel Twin Ring Motegi en el que yo me alojaba. Recuerdo que no había nadie en aquella cafetería en la que nos conocimos, sólo mi sombra desdibujada por el cansancio, la necesidad de liberar presión laboral de aquel mundo acelerado en el que yo ejercía de comunicador angustiado. Pero apareció Etsuko a preguntarme qué deseaba: entonces, la luz regresó a mis ojos. Una lluvia de estrellas se inyectó en mi médula espinal, sacó mi alma a flote. Cuántos días, meses, años, esperé que ese ángel me buscase en la penumbra…

Tokio, superpoblado, atrapado en el Pacífico volcánico, tembloroso e inquieto.
Tokio, superpoblado, atrapado en el Pacífico volcánico, tembloroso e inquieto. / Jesús Benítez

No es habitual que una mujer japonesa se prodigue en conversaciones, prefieren los gestos, la sutileza. De hecho, no suelen expresarse verbalmente como los hombres, tienen otras fórmulas nemotécnicas. Creo que le regalé varias fotos, le hablé de España, de países interesantes como Australia, Malasia, Sudáfrica o Estados Unidos. Etsuko escuchaba y limpiaba vasos de cristal con mimo, casi sin rozarlos, con ternura. El vidrio, resplandecía ante su rostro fino, de un blanco aporcelanado, esculpido quizás en un atardecer rojo, a la sombra de un bosque de bambú. Le dije que estaba cansado de mi trabajo, de cierta gente absurda que me rodeaba, de quienes te observan de forma impertinente, intentando exprimirte. Etsuko, de soslayo, atendía mi lamento, condescendiente. Sólo musitó una frase de forma comedida: “Nunca nadie me trató con tanta delicadeza”. Le pregunté si podíamos quedar tras ese fin de semana, en el que ambos teníamos compromisos. Etsuko respondió que esperase sus noticias…

Al día siguiente, regresé acelerado al hotel tras el trabajo, pero Etsuko no estaba ya en la cafetería, otra chica limpiaba vidrios que no resplandecían. Me marché angustiado a mi habitación y, al abrir la puerta, observé una nota en el suelo. Aún guardo ese trozo de papel en mi poder, es el regalo más preciado y sincero que me han hecho en la vida, palabras llenas de sentimiento sobre una hoja en blanco: “Muchas gracias por esta última noche. Jamás había conocido una persona tan bella como tú. Estaré fuera hasta el domingo, seguro que puedes cancelar tu marcha…”, pero no lo hice. No fui valiente, y aún me arrepiento…

Han pasado más de dos décadas desde aquella inigualable experiencia y, de forma intermitente, viene a mi recuerdo, se mantiene viva. La he buscado hasta la extenuación en internet y apenas aparecen rastros. Intento creer que alguien con su nombre y apellido, que corresponde a una especialista en botánica, se trata de ella, pero aún no he logrado contactar, solo tengo el recuerdo. No pierdo la esperanza. Cierro los ojos y noto sus manos acariciando un cristal que nunca se rompe…

Etsuko, 悦子, Etsuko, ¿qué será de ti?…

(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez

Posdata

Recuerdos

Nostalgia ¿qué significas?

Quizás lo que añoro del pasado;

ese laberinto de recuerdos,

que ofrecía certidumbres.

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El tiempo vivido,

se ha desvanecido,

y su contenido de telarañas,

no disipa este presente de humo…

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©️ Jesús Benítez

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