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Leo en Le Figaro: “Un debate que nadie se esperaba. Mientras la clase política está inmersa en las próximas votaciones de los presupuestos, es una cuestión de patrimonio la que calienta los espíritus: el 23 de octubre, en una entrevista en este diario, la ministra de Cultura Rachida Dati anunciaba que, dentro de un gran plan de salvaguarda del patrimonio religioso, había propuesto al arzobispo de París cobrar una tarifa simbólica de cinco euros para acceder a Notre-Dame”. Según la ministra se recaudarían 75 millones de euros anuales con lo que “Notre-Dame [cuya reapertura tendrá lugar el 7 y 8 de diciembre] salvaría todas las iglesias de París y de Francia”, recordando que preocupa a muchos franceses “el estado de las iglesias que desaparecen o están en estado ruinoso” y que “en muchos lugares de Europa el acceso a los edificios religiosos más importantes es de pago”.
El arzobispado de París ha contestado con un comunicado que me da envidia: “La catedral de Notre-Dame desea recordar la posición invariable de la Iglesia católica en Francia sobre la gratuidad de la entrada en las iglesias y catedrales. El acceso gratuito se justifica en las disposiciones de la ley de 1905 de separación de las Iglesias y el Estado y en la misión fundamental de las iglesias: acoger de manera incondicional, y por lo tanto necesariamente gratuita, a todos, con independencia de su religión, creencia, opiniones y recursos. En Notre-Dame nunca se ha distinguido entre peregrinos y visitantes: los oficios se celebran durante las visitas y estas no se suspenden durante los oficios. Distinguir las condiciones de acceso entre unos y otros se traduciría, como sucede en otras partes de Europa, en una separación material que privaría a peregrinos y visitantes de la comunión entre todos que es la esencia misma del lugar, y les impediría gozar de la experiencia global del monumento y de su infinita belleza. Esta separación sería, además, muy compleja en la práctica: sería difícil distinguir entre visitantes, peregrinos y fieles. La salvaguarda del patrimonio religioso en Francia es una cuestión querida por muchos corazones, creyentes o no, y merece una reflexión consensuada y no una única solución. Otros caminos pueden ser explorados en vez de hacer pagar a los visitantes de Notre-Dame, una catedral, por su propia naturaleza, abierta a todos”. Tenía razón Rick: “siempre nos quedará París”.
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