Alberto Núñez Seoane

Nos quieren cansados

Tierra de nadie

19 de agosto 2024 - 03:03

¿TE quedarían ganas de algo, que no sea descansar, si tienes que pelear todo el día para poderte alimentar? ¿Tendrías “cuerpo” para disfrutar cuando no encuentras seguridad en el mañana que, ajeno a tu necesidad, te amenaza con la inestabilidad? ¿Encontrarías tiempo para pensar, meditar y reflexionar, si tiempo es lo que no te dejan para poder vivir sin ansiedad, para “ser”, no sólo existir, y paladear los retazos de felicidad que tu libertad te pueda proporcionar? La respuesta es: no, no y, otra vez, no.

Nos quieren cansados, nos empujan a la alienación, nos modelan para vivir ocupados, igual da cual sea la ocupación, siempre que no seamos nosotros el objeto a alcanzar. Mirar por nosotros nos está prohibido.

La sensibilidad, que debiera ser obligada asignatura en el aprendizaje del vivir, se ve tan cuestionada que no encuentra fácil acomodo entre los que más la necesitamos, se siente extraña entre los que debiéramos ser suyos, hacerla sentir deseada, honrarla con la hospitalidad debida, rendirle la correcta pleitesía; y sin embargo, la tratamos como si fuese apestada, de ella renegamos, la apartamos, cuando no la olvidamos; de ella nos desheredamos sin tener claro el porqué, y tanto más estúpidos somos, pues “nos dejamos ser”, es decir, permitimos que sean otros los que por nosotros sean, ¿cabe disparate mayor?, ¡por el amor de Dios!

A cambio de un plato de lentejas, medio malas a veces, otras picadas, a veces resecas, otras estropeadas, dejamos que sean ellos, los que nos traen las lentejas, quienes decidan lo que no vamos a tener otra oportunidad, por nosotros mismos, para decidir hacer.

No es la libertad que nos “dan” la que queremos; esas son sólo migajas de la libertad verdadera. Nos buscan saciados … de lo que sea, de lo que sea menos de lo que, como personas, nos colma y nos llena; nos atraen, presumiendo alejarnos de las penas, cuando no hacen sino disfrazar de lo que sea, aquella zanahoria que el burro, atado a la noria, perseguía.

Me los supongo, a “ellos”, asombrados, comprobando, una y otra vez, cuanto de estúpidos somos; viendo como cambiamos lo que comprar no se puede por lo que, a cambio de cuatro pesetas, por oro nos ofrecen; comprobando en lo poco que nos tenemos, pues tan barato nos vendemos; sorprendidos por lo exiguo y bajo en lo que nos consideramos; encantados con las inconmensurables imbecilidades en las que nos ocupamos.

“Las verdades se revelan al entendimiento, pero se ocultan al sentimiento”, escribía Friedrich Schiller, exquisito pensador alemán del siglo XXVIII, en una de sus cartas. Ahora, al igual que él pensó en lo que Kant y Goethe pensaron, pensemos en lo que él pensó, porque pensar en lo que mentes privilegiadas lo hicieron, no trae más que añadir sabiduría al pensar que por nosotros mismos alcancemos.

Entendemos lo que es verdad, pero si la verdad que aprehendemos no nos complace, buscamos otra “verdad” en la que mejor creer, aunque nos engañemos; inventamos una “certeza” tan incierta como que pura mentira es; nos conformamos con lo que fantaseamos; pretendemos pensarnos “honestos”, sabedores, sin embargo, de lo indecentes que somos. Al fin, para mejor adaptar lo que no somos a lo que sabemos que es, somos lo que mentimos, siendo lo que no es, ¿será posible que esperemos que bien nos vengan las cosas actuando así?, ¡pues al parecer, sí!

Es muy improbable que nuestras necesidades físicas se adapten, ya no digo que coincidan, con las morales, este estado sólo lo alcanza el ser absoluto, y nosotros no lo somos. Nuestra voluntad se mueve, a veces y como no correspondería, sin actuar por propia decisión; otras, como querencia desviada por la duda o la indecisión entre lo que debemos y lo que nos atrae. Lo que se “debe” … de hacer, el modo en el que comportarnos, el respeto al prójimo, abdicar la codicia aborrecible, la odiosa soberbia y la repugnante vanidad, son compromisos de todos harto sabidos, pero por incómodos despreciados y por molestos menospreciados; lo que nos tienta, a lo que tendemos, lo que seduce, por fácil, provechoso o placentero, es harina de otro costal, que como más apetecible se nos muestra atrayente y regalado, y en esto es en lo que se empeña el Estado, que no nos quiere despiertos ni prestos, nos quiere cansados.

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