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DEBIÓ ser a principios de los años sesenta cuando, encontrándonos en un concurso de flamenco, en Fuengirola, me lo presentó una noche, en el paseo del pueblo, la maestra de baile, Teresa Martínez de la Peña. Enrique Morente, al que no conocía, tendría entonces unos veinte años y me causó una magnífica impresión, como persona que encontré bastante educada. Tres años después lo traería a Jerez, a cantar en el Villamarta, en un festival que hizo la Cátedra de Flamencología, para conmemorar el centenario de don Antonio Chacón, en el que también actuaron Terremoto, La Paquera, José Menese, nuestra paisana la bailaora Rosa Durán y otros artistas.
En 1968, su primer disco, con los cantes chaconianos, obtendría una mención especial en los premios de la Cátedra. Y en 1972 le concedimos el Premio Nacional de Cante, ofreciendo un recital, presentado por nuestro compañero Manuel Ríos Ruiz y acompañado a la guitarra por Manolo Sanlúcar. Ese galardón y otras distinciones le llevarían a cantar en la UNESCO. El nombre de Enrique Morente estaba ya más que consolidado como cantaor de flamenco y, lo mismo que España y el resto de Europa, América toda, de norte a sur, se rendiría a su arte.
Recuerdo que el recital de Enrique, organizado por la Cátedra, en 1972, lo celebramos en el auditorio del Colegio Menor de la Juventud y, esa misma noche, para celebrarlo, nos fuimos a cenar a la Venta de Los Negros, viniendo también, con nosotros, Juan Romero Pantoja 'El Guapo', que agasajó a Morente con toda una antología de fandangos, que maravilló a éste. Enrique era un enamorado de todos los cantes, especialmente de los de la escuela del jerezano Chacón, que había aprendido de su relación con los viejos maestros Pepe el de la Matrona y Bernardo el de los Lobitos.
Enrique Morente Cotelo, que acaba de morir, cuando tan solo le faltaba apenas una semana, para que cumpliera sesenta y ocho años, el mismo día de Navidad, estaba desde hacía mucho tiempo embarcado en la búsqueda de nuevos experimentos artísticos, para tratar de modernizar su cante, actualizándolos con un estilo propio, hasta llegar a conseguir numerosos éxitos y la más alta calificación de la crítica, a través de sus discos y de las actuaciones en directo que venía realizando últimamente.
Aunque seguía de cerca toda su trayectoria artística y, en los pasados días, su grave enfermedad y estado crítico, hacía años que no le veía. La última vez fue, hará unos diez años, en una cena que compartimos en el Alfonso XIII de Sevilla, con motivo de que le entregaran el premio Compás del Cante, en el que yo fui miembro del jurado, en una mesa en la que también estaban su mujer y la mía, junto con la célebre tonadillera Imperio Argentina. Descanse en paz, el querido amigo, que en vida fuera tan buen artista y mejor persona.
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