La esquina
José Aguilar
Una querella por la sanidad
EL Derecho está muy lejos de ser una ciencia exacta y la praxis penal aun menos. Las cárceles están llenas de personas cuyos delitos no los excluyen de una posible reinserción aunque suponga un esfuerzo considerable para el sistema penitenciario. De hecho, si se mira con calma las estadísticas, los presos que terminan enderezando su situación por malas decisiones del pasado, son multitud. Al menos terminan no siendo un peligro para la sociedad. Un buenismo mal entendido -asentado en avanzadas teorías jurídicas y psicológicas- clama por la integración de todos los delincuentes a la vida social. Y miren, no siempre es posible. Hay un porcentaje incierto de psicópatas irrecuperables cuya patología aconseja tenerlos apartados para siempre de nuestras vidas. Son como lobos acechando ovejas.
El asesino de Lardero avisó días atrás y esta semana cayó sobre el pequeño Alex -de nueve años- que podría ser su hijo o el mío. El sistema lo dejó en la calle antes de tiempo aun cuando desde la prisión del Dueso lo desaconsejaron. Instituciones penitenciarias y el Juez de Vigilancia lo permitieron treinta y nueve permisos después de la violación y muerte de su primera víctima y antes de una libertad que le llegó con criterios conforme a ley pero en contra del sentido común.
Decenas de ocasiones para matar hasta que su naturaleza se reveló una vez más. No es ninguna salvajada-aunque el buenismo social lo denuncie- asignar a algunos delitos y psicopatías prisión indefinida sin posibilidad de redención con el cumplimiento de penas sin atajos. Alguien debe dar explicación a una ciudadanía indignada con unos depredadores archiconocidos que el sistema deja en la calle con el terrible resultado de Lardero.
No será el último. Se dirá que no hay que legislar en caliente. Es cierto, hay que ser frío: estos tipos no tienen remedio.
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