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Juan Espadas ha sentenciado que el Constitucional “destroza” y hace caer “toda la construcción y teoría del complot” urdida por el PP sobre “una trama organizada para defraudar fondos públicos”. Entonces, ¿qué hubo? Griñán dijo en 2015 que “no hubo un gran plan, pero hubo un gran fraude”. Se supone que “un gran fraude” en el seno de la administración pública, sea o no parte de “un gran plan”, tiene consecuencias penales y políticas. ¿O solo fue cosa de unos pocos “sinvergüenzas”, como se dijo, y todos los políticos condenados fueron inocentes víctimas del “lawfare”?
Espadas también ha deplorado “determinados comportamientos y declaraciones” que “promueven el odio más allá de las injurias, las calumnias y las falsedades”, concluyendo: “Lo que están promoviendo en la sociedad no es más que el odio al adversario político”. Lo llamativo es que se refería a la oposición, no, por ejemplo, a Ángeles Férriz que ha llamado a Moreno Bonilla “jefe de la banda del PP que desplegó una cacería política, jurídica y mediática para llegar al Gobierno de Andalucía (…) como si fueran auténticos sicarios de la política que matan políticamente al adversario”. ¿Odio al adversario político, dice Espadas? Supongo que calificarlo de banda que se sirve de una cacería para conquistar con injurias, calumnias y falsedades lo que en el juego político limpio las urnas le habían negado antes convierte al adversario político en otra cosa, desde luego no digna de respeto.
El PSOE se ha “podemizado” o “sumarizado” y se ha “puigdemonizado” –curiosa dieta de extrema izquierda populista y extrema derecha nacionalista– tragándose y digiriendo los argumentos de sus socios de gobierno y los de sus apoyos. Tanto en su consideración de la oposición como “banda” y de cuantos discrepan como fascistas, como en sus denuncias –empezando por el propio Sánchez– de ser víctima de lawfare, en su pulsión por controlar la prensa o en su pasión por borrar el pasado –da igual que se trate del procés o de los ERE– para reescribirlo a su gusto (“el relato”). Que, entre despenalizaciones, indultos, amnistías, revisiones de penas y excarcelaciones, este Gobierno –con el trasfondo de la bronca entre el Constitucional y el Supremo– supera a los trinitarios y a los mercedarios como redentor de cautivos, convirtiendo 2024 en un año jubilar de gracia, perdón e indulgencias plenarias para sus apoyos y para los suyos.
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