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La reencarnación no estaría nada mal. Tendría sus riesgos, naturalmente, porque apetece poco volver a vivir bajo la forma de una cucaracha con el temor a ser destripada de un momento a otro o con el aspecto hermoso de una mariposa monarca, pero sabiendo que, posiblemente, solo se tendrán un par de semanas de vida. Como realidad tiene su peligro, pero como creencia la reencarnación es algo utilísimo. La veo. Y me explico. Digo yo que, seguramente, cuidaríamos más del otro si pensáramos que ese otro podría ser la reencarnación de un antepasado nuestro, de un abuelo o un tatarabuelo, de alguna persona querida de nuestra estirpe. Quizás también serían los ricos un poco más sensibles a la pobreza si vislumbraran la posibilidad de morir y reencarnarse en un vagabundo, en un parado de larga duración o en un perceptor del salario mínimo vital. No tengo dudas de que entonces protestarían menos de los impuestos y de la protección social.
Me gusta pensar que, en un mundo utópico en el que cupiera la reencarnación, los toreros no matarían a los toros con el recelo de ser uno de ellos en el futuro y se protegería a la naturaleza, no fuera a ser que, reencarnados en un lobo, un jaguar o una nutria, necesitáramos del bosque, la selva y los arroyos de aguas límpidas. Tendríamos cuidado en acoger bien a los extranjeros, porque uno no sabría si, habiendo muerto como español, se reencarnaría luego en el cuerpo de un argelino o un senegalés. Y respetaríamos los aparcamientos para las personas con problemas de movilidad, adaptaríamos nuestros accesos y ayudaríamos a cualquier persona con discapacidad porque en este juego de la reencarnación tu alma podría salir de un cuerpo “danone” y meterse en otro con problemas insuperables. Esa curiosa tómbola de la reencarnación tendría resultados enormemente terapéuticos para una sociedad enferma de intolerancia y faltas de respeto. ¡Ojo con despreciar otras costumbres y religiones, que te puedes morir después de haber bailado unas sevillanas para despertarte dentro de un bebé al que le enseñarán los pasos de la sardana o cerrar los ojos como judío y abrirlos como musulmán! Ahora que, con tanta alegría, se insulta a la clase política cambiando caprichosamente el sentido de las palabras y las ideas (¡qué osada es la ignorancia!) nos vendría bien una reencarnación exprés en la que te mueras “fascista” y te despiertes “socialcomunista”. O al revés.
De haber reencarnación, convendría que el maltratador machista se reencarnara en mujer maltratada, que sufriera en carne propia la inmensidad del miedo, la tristeza y el dolor. Y, ya puestos, que los que ahora desprecian a niños solos e indefensos, convirtiéndolos en una peligrosa “aMENAza” para el orden y la prosperidad, se reencarnaran en niños desesperados y sin futuro que huyen del hambre y de la guerra. No serían malos castigos para la crueldad.
A falta de reencarnación, que se sepa, igual nos la podemos diariamente imaginar.
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Gracias, Errejón