Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
En la Historia de Jerez del fraile jerónimo del siglo XVII Esteban Rallón (volumen IV, pp. 143-144, de la edición de esta obra por Emilio Martín Gutiérrez), leemos lo siguiente: "Cosa recibida es comúnmente en esta ciudad, que en el mismo sitio donde hoy está fundado el convento [de Santo Domingo], hubo una mezquitilla u oratorio de los moros, con una huerta y algunas casas para sus alfaquíes. Y es lo cierto que fue uno de los reductos que tenían los moros fuera de las puertas de la ciudad para alojamiento de los alfaquíes que las guardaban, y pudo ser lo uno y lo otro […] Lo que yo puedo afirmar por cierto es que los religiosos predicadores, después de haber tomado la posesión de aquel sitio […], comenzaron un edificio corto e hicieron su iglesia, que hoy se conserva, valiéndose de la mezquita que está en forma de fortaleza con sus almenas para capilla mayor, corriendo una iglesia pequeña que hoy es bodega y hace cara a la plaza que llamamos el llano de San Sebastián […]".
A partir de este texto, y del conocido grabado de Jerez que, en 1567, realizó el dibujante flamenco Anton van den Wyngaerde, en el que aparece un edificio que podría recordar a una qubba islámica, con una construcción con tejado a dos aguas anexa, próximo a la nave del Rosario de la iglesia de Santo Domingo, el profesor Fernando López Vargas-Machuca, en su trabajo 'Un ejemplo de reutilización y asimilación de arquitectura almohade: la iglesia del convento de Santo Domingo de Jerez de la Frontera' (en El Mediterráneo y el Arte español. Actas del XI Congreso de la CEHA. Valencia, septiembre 1996), afirmaba haber localizado la “mezquita”, “mezquitilla” u “oratorio” de origen andalusí citados por el padre Rallón que sirvió de capilla mayor e iglesia a los dominicos jerezanos de la segunda mitad del siglo XIII. Ese edificio religioso en forma de qubba, situado frente a la Puerta de Sevilla y junto al reducto defensivo de época andalusí que protegía la puerta de Sevilla, formaba parte, según López Vargas-Machuca, de un ribāṭ o fortificación de carácter militar y religioso próximo a una de las principales entradas a la ciudad andalusí de Jerez.
Conviene recordar en este punto que el término árabe rābiṭa, o ribāṭ, tenía en al-Andalus dos significados: el primero era el de una construcción militar fronteriza, sobre todo costera (recordemos el ribāṭ Rūṭa -Rota- de las fuentes árabes), en la que residía una guarnición de monjes soldados dedicados, tanto a la oración, como a luchar contra los enemigos del islam. El segundo significado de la palabra hacía referencia a unas construcciones de índole religioso-funeraria, más conocidas como morabitos, en las que un santón o eremita se retiraba para entregarse a la meditación y a la enseñanza de textos piadosos y en las que, al morir, solía ser enterrado, convirtiéndose todo ese espacio en lugar de veneración y peregrinación, o en sede de una congregación religiosa, entendiéndose este lugar bajo el concepto de zāwiya. Estas últimas construcciones, que solían adoptar la forma de qubba (espacio cuadrado en forma de cubo o de prisma cubierto con una cúpula o con un techo, por lo general, abovedado), pudieron ser aprovechadas también, en vida de su inquilino, como lugar de vigilancia del entorno, a modo de atalaya, sobre todo aquéllas construidas en lugares elevados y estratégicos.
Por lo tanto, la qubba que el profesor López Vargas-Machuca identifica en el grabado de Wyngaerde, podría identificarse con el tipo de las qubba-madfan, de carácter exclusivamente funerario y que se erigían a modo de mausoleo en los cementerios musulmanes, o con el de las qubba-rābita o morabito, al que ya hemos hecho alusión. Sin embargo, y a pesar de que las tesis de López Vargas-Machuca han sido bien acogidas por la bibliografía posterior sobre el tema, nada prueba de un modo definitivo que la primera iglesia levantada por los dominicos jerezanos a partir de finales de 1267, tras la conquista cristiana de la ciudad, se hiciera aprovechando una qubba o un ribāṭ situado frente a la puerta de Sevilla, donde sí es cierto que hubo un reducto de carácter defensivo (aún son visibles hoy en día parte de su almenado y un gran arco de entrada en la galería oriental de los Claustros de Santo Domingo) que protegía esa entrada de la ciudad y cuyo entorno fue donado a los frailes dominicos para instalar allí su convento.
En primer lugar, porque las características del lugar no son las propias de un ribāṭ, aunque sí es cierto que sí podrían serlo para cualquiera de los tipos de qubba reseñados anteriormente: la qubba-madfan y la qubba-rābita, sobre todo si hubiera noticia de un cementerio musulmán en sus proximidades; en segundo lugar, porque las referencias al antiguo oratorio de los frailes dominicos en las fuentes históricas jerezanas lo sitúan a espaldas del ábside de la nave principal del templo actual, como parece indicar el propio Esteban Rallón, cuando dice que la antigua iglesia era, en su tiempo (siglo XVII), bodega, y hacía cara a la plaza que llamamos el llano de San Sebastián, es decir, la plaza Aladro de nuestros días, diferente de la plaza o llano de Santo Domingo, la Alameda Cristina de ahora.
Toda esa parte posterior del actual convento, hoy lamentablemente un callejón en ruinas, fue donde algunos autores como Rallón o el fraile dominico Agustín Barbas sitúan el origen del mismo, y en la que localizan aún entre los siglos XVII y XVIII, el Claustro de Novicios (hoy parte de un bloque de viviendas de la calle Rosario), el de la Enfermería, la cocina, la tahona y toda la zona industrial de los dominicos, en la que se incluiría la vieja iglesia medieval, transformada en bodega y almacén, y que estaría adosada al muro septentrional de la fortificación musulmana, quién sabe si aprovechando como capilla mayor la mezquita, el oratorio, o cualquier otra dependencia de la misma.
Con todo, cabe preguntarse qué era el edificio que reproduce el flamenco Anton van den Wyngaerde y que, efectivamente, tiene forma de qubba o morabito islámico (hay quien ha querido ver incluso un molino de aceite). Entre las qibāb de tipo utilitario, se encuentran las qibāb-siqāyāt (azacayas) y las qibāb-pozo, más conocidas en el ámbito castellano como “alcobas del agua”, que se utilizaban para dotar de agua a edificios de cierta entidad y, también, al habitante de las ciudades ya desde la Edad Media. Sabemos que en el siglo XVI existía una de estas alcobas o alcubillas en la plaza o llano de Santo Domingo, justo donde se encuentra la susodicha qubba de Wyngaerde. No es la única que vemos en el grabado del ilustre dibujante de Amberes, pues otra parece apreciarse en el entorno de la actual plaza del Progreso, cerca de la cual se situaba la llamada plaza de Las Tinajas de Agua, que abastecía a los jerezanos de, al menos, los siglos XVI y XVII.
Creo, por lo tanto, que esta nueva perspectiva permite que se abra un debate historiográfico alrededor de las hipótesis del profesor López Vargas-Machuca sobre la localización de un ribāṭ en el solar donde se levanta el convento de Santo Domingo, y la erección de la iglesia primitiva del mismo aprovechando una qubba de tipo religioso o funerario asociado a aquél.
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