
La Crestería
Manuel Sotelino
Velocidad, Soria 9 y Paco Muñoz
Descanso dominical
El padre de Fernando, con esa clarividencia y sentido común que tienen los hombres de pueblo, siempre advertía a su familia de que los ríos, cada cierto tiempo, reclaman lo que es suyo. Y lo suelen hacer con fiereza. Como si quisieran vengarse y romper las costuras de esos cauces estrechos y artificiales en los que el hombre los acorrala. Lo decía por el Majaceite, que serpenteaba y a veces rugía cerca de su casa blanca, que sigue allí y seguirá estirando su caudal por donde Santa María de Guadalupe de Algar.
Esta semana la noticia han sido, otra vez, las inundaciones en la ribera del Guadalete. Como lo fueron en las Navidades de 1996 y en los primeros días de 2010, como siempre que vuelve a recordar y se rebela el río del olvido. Su nombre, no podría estar mejor puesto, es un alegato en sí mismo, un grito que nace del árabe wad (río) y del latín lete (olvido), y que entierra su origen también en la mitología griega, en aquel otro torrente que surcaba Hades. Paradójicamente, el inframundo ahora, en pleno siglo XXI, parece estar de nuevo en Las Pachecas, La Corta, El Portal, La Greduela… en todas esas viviendas amenazadas por una plétora de agua sucia, en las maletas a medio hacer de los vecinos que el jueves a las dos de la madrugada huyeron de un caudal desatado para refugiarse en los salones de Cáritas. Las imágenes aéreas que han circulado estos días por los medios de comunicación y las redes sociales nos han enseñado lo evidente que resulta el zarpazo del río. Parecía que la tierra se hubiese abierto las venas con su sangre de color café derramada por los campos, acechando a las parroquias del lugar. Casi se podía oler la crecida de un río desbocado, rebelde, encabritado y borracho de escorrentías. Quizá todo tenga que ver con la acción desmedida del hombre, con el uso agrícola y las viviendas que han reducido desde los años sesenta en casi un tercio los brazos de terreno colindante que tiene el propio río para absorber los desbordamientos; quizá tenga que ver con la actividad de las más de setenta canteras de extracción de áridos que salpican y explotan su ribera; o con la suciedad pegajosa que pasean sus aguas, que piden a voces más dragados, retirada de sedimentos y vegetación, más limpieza; quizá tenga que ver, estoy casi seguro, con el olvido.
Porque siempre hemos vivido de espaldas al Guadalete, porque solo nos acordamos de este río nuestro cuando, como decía siempre el padre de mi amigo Fernando, vuelve para reclamar lo suyo y aparece de repente con violencia, pero con sus escrituras, las escrituras del río del olvido, lo único que no es papel mojado en toda esta historia.
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