De Roma a Jerez: Esperanza

Jerez íntimo

El obispo de Jerez aguardando la salida del Cristo de la Viga desde San Dionisio.
El obispo de Jerez aguardando la salida del Cristo de la Viga desde San Dionisio.

02 de enero 2025 - 02:12

Quien coloca la esperanza dentro de sí -como un bombeo de sístole y diástole sin capa de alquitrán- posee, ya de por vida, el cinturón negro en optimismo. No resulta necesario disfrazarse de filosofo estoico para democratizar los márgenes de la Fe. Junto a la esperanza siempre estamos en buena compañía. La esperanza neutraliza aquella celebérrima versificación de Jaime Gil de Biedma –“Ahora que de casi todo hace veinte años”- porque su atemporalidad desdibuja toda suerte de finitud. La esperanza rehuye el endecasílabo propio y el endecasílabo impropio porque su sentido de la medida no pretende ninguna rima. La esperanza jamas envía un guante envenenado a los cortocircuitos del destino. La esperanza se torna frontal, como una verdad sin complejos, como un collage sin tachones. Como una sublimación sin tachadura. La esperanza no es hermética. No sabe de horas muertas ni de nubes migratorias. Ni de ornamentos que oferten estragos al sesgo. La esperanza observa con pupila color verde, lejos de los brazos ciegos cuya pusilanimidad, tal dijera el poeta, “funda, sin desearlo, la última tregua del acabamiento”. La esperanza no es fábula ni errática conmiseración ni intemperie ni fórmula matemática…

Para desgranar las bondades -y no los serventesios- de la esperanza viene como anillo al dedo elegir un fondo musical harto propicio: por ejemplo ‘La mañana’ de Edvard Grieg. A partir de este renglón permítame el lector escribir Esperanza en alta. Con la mayúscula que precisa todo tratamiento cristiano. El pasado domingo la diócesis Asidonia-Jerez inició su peregrinaje hacia la Esperanza. Todas las iglesias locales fijaron su mirada en Roma. La apertura del Jubileo 2025 así lo reclamaría. A nivel diocesano se cumplió cuanto estipulaba lo establecido: rito inicial con lectura del Evangelio y fragmentos de la Bula de convocatoria del mencionado jubileo. En efecto, la Esperanza no defrauda. Llegados a este punto, y afectos organizativos, habría que dilucidar, en aras de mecanismos correctores, el porqué el Santísimo Cristo de la Viga avanzó tan envuelto en soledad -calles desérticas de público fiel- desde las aceras y el porqué hubo tanto desconcierto San Dionisio adentro -con aparentes signos de improvisaciones- en lo tocante al ámbito exclusivo de las Hermandades (no así cuanto a correspondía a Luis Piñero, quien sí estuvo presto y atento para dirigir a la perfección su cometido). Nuestro aplauso para Ángel Hortas y, a su vez, para el Coro San Pedro Nolasco: mayor profesionalidad no cabe.

Del Jubileo 2025 hablaremos, por largo, Deo volente, durante todo este naciente año. Se ha abierto la Puerta Santa que nos conduce al inicio de un camino de conversión. ¿Pecarán de sordina quienes más deben prestar oídos? Estamos obligados todos -también los periodistas cristianos- a contagiar esperanza. Así nos lo reclama nuestro obispo José Rico Pavés. Digo bien: conversión. Jubileo es sinónimo de año de reconciliación, de perdón de los pecados, de penitencia sacramental. E, incido, de conversión. Por ende, fecha crucial para la Iglesia. El pasado domingo saludé a bonísimas personas. Fue de veras edificante la misa estacional en la Santa Iglesia Catedral. El obispo comenzó su homilía con mensajes directos, enriquecedores: “La Palabra de Cristo vive en nosotros, en toda su riqueza. Damos comienzo en nuestra diócesis al Año Jubilar. Todos somos peregrinos de Esperanza. Estamos en este mundo de paso. El amor es el fundamento de la Esperanza. Del costado traspasado de Cristo brota nuestra Esperanza. Atendamos a este gozo porque en las heridas de Cristo reconocemos las nuestras curadas. Concédenos, Señor, recibir lo que celebramos”.

No faltó, en las palabras de don José, la oportuna alusión a la oración de san Anselmo: “No intento, Señor, penetrar tu profundidad, porque de ninguna manera puedo comparar con ella mi inteligencia; pero deseo comprender tu verdad, aunque sea imperfectamente, esa verdad que mi corazón cree y ama. Porque no busco comprender para creer, sino que creo para llegar a comprender”. La economía del lenguaje entraña en san Anselmo toda una manifestación de humildad y de preeminencia en la Fe. Desde mi discreto -y a la vez privilegiado- lugar de la Catedral recibí la referencia a san Anselmo como un iluminado entrecomillado. Aquello que nos enseña no ha perdido vigencia. Debemos, ante su magisterio, actualizar nuestra lectura y valorar la esencia de cuanto nos legó este santo tan defensor de la fe vivida a través de la razón. Sin obviar su aliquid quo nihil majus cogitari possit.

Nuestro obispo abordó asimismo la discreción de san José, quien “permanece siempre en segundo plano. Necesitamos el silencio de san José para encontrarnos verdaderamente con Cristo Salvador”. ¡Ojalá la sociedad de nuevo contemple la magnitud balsámica del silencio! El silencio también compone su música interior. El silencio es espiritualidad que habla. El silencio posee su color, su olor, sus ecos. Ya nos explicó san Juan Pablo II cómo en el silencio se escucha a Dios. Y la misericordia. Hoy tan aposta olvidada. Tan adrede puenteada. Rico Pavés subrayó que “las obras de Misericordia, como recuerda el Papa Francisco, son siempre obras de Esperanza. Que el Hogar San Juan sea un brote de Esperanza. Hay que manifestar que el mundo de la enfermedad está especialmente necesitado de la luz de la Esperanza”. Siempre Esperanza. Ya nos lo transmitió Benedicto XVI en su carta encíclica ‘Spe salvi’: “Dios es el fundamento de la Esperanza”.

Feliz Navidad.
Feliz Navidad.
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