Alberto Núñez Seoane

¿Y si...?

22 de agosto 2022 - 06:00

Jerez/Escuchaba, hace unos días, la entrevista que hacía un periodista a doña Rosa Díez. Un mujer a la que respeto y admiro, por su personalidad, valentía, inteligencia y, sobre todo lo demás -desde el punto de vista de mi admiración-, por su coherencia.

Por desgracia, su proyecto político no funcionó. Ignoro las causas, aunque las intuyo. Su trayectoria, no obstante, ha quedado muy a salvo de especulaciones derrotistas, corrosivas envidias y augurios fatalistas. Sus opiniones, estando dónde y con quien ha estado, son valiosas, instructivas y muy aprovechables… si el que las recibe dispone de una mente abierta, tolerancia suficiente y ánimo de progreso cierto, no oportunista, claro.

Vilipendiada, amenazada, despreciada e insultada por parte de los que fueron sus … “compañeros”, ¡cuánta mezquindad!; olvidada por unos y otros, denostada por aquellos, ignorada por estos… ¡mediocres sin parangón, incapaces de reconocer la valía ajena! En fin, supongo que, en parte significativa, un calvario de decepciones, desengaños y traiciones para doña Rosa, ¡ya lo siento!, de veras. Escribía Olavo de Carvalho: “Ser odiado por multitudes de ignorantes, es el precio de no ser uno de ellos”, en mi opinión, un precio bien barato.

Pues bien, como les iba diciendo, doña Rosa respondía preguntas y planteaba temores. Argumentaba, no sin la suficiente solidez, la situación, tremenda por trágica, en la que nos encontramos: los españoles y España.

La cuestión, no podía ser otra, iba sobre la personalidad del presidente que nos gobierna -no del presidente de “nuestro” gobierno: el gobierno es suyo, sólo suyo y nada más que suyo-. Mantenía, doña Rosa, que estamos en las garras de un psicópata, y no lo decía de modo impulsivo, agrio, intuitivo ni, mucho menos, temerario; lo sustentaba en bases sólidas, incluso científicas. Lo preocupante era, es, que su teoría tiene muchos visos de ser cierta, irremediable y funesta.

Si somos capaces de ejercer un acto sincero de abstracción de forma temporal y sin que sirva de motivo para que nadie pueda sentirse sorprendido con su conciencia, dejamos sobre la mesilla de noche los condicionantes que, de modo sorprendente -¡oh, diablos!-, nos condicionan; si suponemos -he escrito “suponemos”, que nadie se eche las manos, o… las pezuñas, a la cabeza- que lo que ella plantea puede ser lo que la realidad nos esconde, entonces, además de hacernos entender muchas de las incomprensibles cosas que nos están afectando, estaríamos ante un supuesto de los que se han dado en llamar “de fuerza mayor”, ahora me explico.

Cumple, el presidente Sánchez, y como expone doña Rosa, con los tres requisitos, “sine qua non”, para protagonizar un caso “de libro” en cuanto al diagnóstico de psicópata se refiere, a saber: narcisista, egoísta y su consideración de estar por encima de los demás, de ser superior. Superado el primer obstáculo, nos detenemos, muy por encima, a examinar su conducta: ¿prepotente? -en grado superlativo-, ¿displicente? -con todo lo que no concierne a su particular hegemonía-, ¿insultante? -para quien, con todo derecho, no aplaude sus decisiones-, ¿rencoroso? -con los que no secundan, incluso sus arbitrariedades-, ¿“sordo”? -a críticas, siempre necesarias, que entorpecen su ansia-, ¿intolerante? -contrastado-, ¿mentiroso? -de hemeroteca-, ¿manipulador? -de libro-, ¿ajeno a la ética? -de modo miserable y continuado-, ¿excomulgado por el sentido común? -pregunten, pregunten al sentido común, a ver qué les responde…-, ¿repudiado por la sensatez?, ¿huérfano de equilibrio social?, ¿emigrado de la prudencia?, ¿sometido a la mezquindad?, ¿presa de la ambición…?, no sigo, se me termina el espacio.

Si es un psicópata -recuerden que estamos en plena abstracción, que estamos imaginando, que suponemos… no se me alteren- el que sienta sus reales en el puesto de mando de esta descarriada nave, España, en la que todos somos tripulación, el peligro que se cierne sobre el presente que ahora sucede -contrastado, no imaginado-, el que llegará mañana -solemos conocerlo como “futuro”-, y el tiempo, modo y circunstancia en los que lo tendrán que subsistir -es esto lo que más me preocupa-: las personas que queremos, las que amamos, las que serán nosotros cuando nosotros ya no seamos; el peligro -decía- se convertiría en drama, los temores en desdicha, los augurios en calamidad. Repito, no es que haga esto o aquello mal o bien, no es que se equivoque, no es que mienta como bellaco ni que tergiverse, retuerza, oculte, tape, pervierta, derroche, engañe o invente, no, esto -sonará a risa- sería, casi, lo de menos, lo de más es que, ciertamente, pueda ser un psicópata, un enfermo. No sería el primero, ni creo que fuese el último, la Historia está cuajada de esclavos de la obsesión que ocuparon los más altos escalafones del poder, con los resultados que conocemos; podría ponerles un buen puñado de ejemplos, desde la Roma imperial al comunismo bolchevique posterior a la Segunda Guerra Mundial, desde la China de Mao hasta el Chile de Pinochet, pero mejor les dejo a ustedes que los revisen…

Aunque doña Rosa tuviese razón -ojalá que no la tuviese, pero me temo que la va a tener-, a Sánchez no le podríamos echar de su puesto, sería caer en lo que él ya va cayendo, también, supondría pervertir la democracia en la que queremos seguir creyendo. Mal que pese, él está ahí de modo legítimo, no le podemos expulsar; lo que sí podemos es “obligarle” a tomar una decisión, ¿cuál?: la de convocar elecciones generales. No lo va a hacer, lo que apuntala el letal prediagnóstico psicopático, así le aspen vivo, no, si de su voluntad depende, pero si le “forzamos” a que lo haga, no le quedaría otra: un año es demasiado tiempo, excesivo si estamos en manos de quien podríamos presumir “enfermo”, eterno por el mayor daño que puede ocasionar, infinito por la espera a que la pesadilla termine y la esperanza regrese.

No quiero hablar, ahora, de partidos políticos, ni de ideologías tampoco; enseguida se me achacaría este o aquel partidismo, y no se trata de eso; pretendo, sí, hablar, escribir más bien, de realidades tangibles, de vivencias cotidianas: las alegrías esfumadas y los mañanas frustrados, las ilusiones quebradas, los gozos pospuestos, los sueños despertados y los júbilos encerrados, y de las fantasías secuestradas… de lo que de hermoso tiene la vida y de lo que nadie debiera poder privarnos… pero lo están haciendo. Nunca, desde la muerte del dictador -1975- y la posterior promulgación de la Constitución de 1978, hemos sido menos libres de lo que ahora nos dejan ser. No quiero, les decía, circunscribir mi alegato a una opción política, sólo escribo por la libertad que nos está arrancando y el futuro que está secuestrando.

Las últimas elecciones autonómicas en media España: Andalucía, Castilla y León, Madrid, Galicia, Murcia…han dejado claro que una importante mayoría de los ciudadanos no queremos a Sánchez en La Moncloa. Los que han votado a cualquiera de los partidos que no apoyan al presunto “psicópata”, incluyendo a muchos socialistas no “sanchistas”, han “dicho”: ¡vete! Como no lo va a hacer, hasta que no le quede el más mínimo resquicio para quedarse, la alternativa es, como ya he dicho, obligarle: hay que salir a la calle -a manifestarse, no ha destrozar-, hay que parar España: comercios, trenes, tiendas, autobuses, bares, teatros, aviones, restaurantes, mercados, museos, hoteles, gimnasios, taxis, cines… ¡todo!, ¡huelga general indefinida!, hasta que el “incombustible” no le que de otra que preguntar a la voluntad del pueblo. Luego… luego los españoles, más que Dios, que está a otras cosas, dirán.

¿Y si lo hacemos…? ¿Y si resulta…?, ¿Y si…?

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