Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez: mis conversaciones con Francisco Holgado Ruiz (II)
Brindis al sol
Hay obras que, a través de los siglos, mantienen inalterable su capacidad de análisis para dar cuenta de ciertos comportamientos. Igual sirven para hurgar en un individuo de hoy o escarbar en la psique de uno de hace un milenio. Son libros que resultan sabios y proféticos porque sus autores supieron elegir ese tipo de rasgos invariables que se repiten sin apenas cambios, en unas situaciones y otras, aunque las separen siglos. La servidumbre voluntaria es el título de uno de ellos. La Boétie lo publicó en francés en 1576, y no ha envejecido su penetrante mirada para comprender la fragilidad y sumisión humana ante el poder. Y facilita la mejor radiografía que explica cómo Pedro Sánchez ha conseguido que, dentro de su propio partido, se admitan los resultados de unas negociaciones que contradicen, para Cataluña, los criterios éticos que condujeron a la creación de dicho partido. El conocimiento expuesto por La Boétie coincide con el mismo utilizado por el presidente del Gobierno: ha sabido, con gran astucia, seleccionar, en estos años, para cualquier cargo de responsabilidad solo a los que se sospechaba que se adecuarían voluntariamente a consentir las sucesivas servidumbres a las que serían sometidos. Servidumbres exigidas por los intereses exclusivos, más o menos camuflados, de la persona que ejerce el poder. La consigna ha debido ser, pues: los que sirvan serán premiados sin pudor, aunque también, cuando las condiciones lo requieran, deberán mostrar con voluntario alborozo su acatamiento. Desde hace siglos se conocía la naturaleza de la servidumbre voluntaria, permitiendo valerse con cinismo de sus mecanismos. Y, por tanto, alguien que ambiciona mandar, como Pedro Sánchez, cueste lo que cueste, sabía que necesitaba, en el partido, súbditos y no militantes. Y ha aprendido rápido a distinguirlos, aupando a unos, silenciando a otros. Solo un acatamiento servil, olvidando principios y ética, garantizaba la permanencia en un cargo. No hay nada nuevo, por tanto, en esta última maniobra sanchista. Pero abochorna y apena aún más, contemplar sus efectos desde Andalucía, donde el partido socialista, a pesar de algunos tropiezos, había eliminado antiguas servidumbres caciquiles muy enraizadas. Por fortuna, algunas voces discrepantes señalan, desde dentro del propio partido, que no todas las conciencias estaban dormidas. Ojalá estos ejemplos cundan y se inicie desde estas tierras un movimiento que desenmascare el servilismo exigido desde la Moncloa.
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