Los Coordinadores Jerez / Eugenio J. Vega Y Fco. Antonio García

El símbolo del crismón en la zona Asidonense

la ciudad de la HISTORIA

02 de diciembre 2014 - 01:00

EL crismón o lábaro (Eusebio, Vida de Constantino I 30-31: el monograma de Cristo con las letras griegas ji, X, y ro, P, "la ro cortada por la ji en su centro") aparece con frecuencia entre los testimonios cristianos de nuestra zona en épocas tan tempranas como lo hace el signo de la cruz. En dicho contexto debemos mencionar las inscripciones de la serie Bracarius (quizá del s. VII), relacionadas con ladrillos decorados, halladas tanto en la comarca jerezana como en otras zonas de la provincia, y así las hemos estudiado en un trabajo publicado en la revista Asidonense 8 (2013). Ya Manuel Esteve describía uno de ellos: un ladrillo funerario o suntuario hecho con molde (quizá un elemento de una arquitectura básicamente lígnea con otros elementos constructivos cerámicos), que formaría parte de una tumba o una iglesia. Fue hallado en enero de 1883, y en él se inscribe:

BRACARIVI/(crismón)/VAS CVMTVIS

"Bracario, que vivas con los tuyos". Su paradero hoy es desconocido y perteneció al pintor Rodríguez de Losada.

En las comarcas de Villamartín y Bornos (también en Morón, Osuna, Ronda, Mérida…) se han hallado ladrillos tardorromanos similares, de entre los siglos IV y VII. El modelo iconográfico tiene una gran riqueza simbólica y suele contener un crismón central enmarcado en dos columnas. Está decorado con aves o delfines (que simbolizan la salvación) y las columnas se hallan unidas por un semicírculo (que se relaciona con el Templo de Salomón y la Iglesia física). La composición ornamental tiene paralelos remotos en el mundo funerario cristiano de Egipto del VI d. C. y se entronca culturalmente con el mundo bizantino (con la diferencia de sustituir la cruz por un crismón en los ejemplares hispanos): son originarias del Norte de África y llegan a la Bética, donde adquieren su máximo desarrollo y desde aquí se difunden al resto de la península. No tenemos constancia de que deriven del mundo clásico, sino que su procedencia es cristiana.

En el caso de la vecina Sanlúcar de Barrameda, también J. Vives cita dos inscripciones, la 125 y la 126. La primera de ellas, precedida de una cruz griega, pertenece a Cefalio, siervo de Dios, que vivió 50 años más o menos y murió en el 534; la segunda, con un crismón constantiniano, es de Ubitildo, siervo de Dios, que falleció después del 462.

En nuestro corpus epigráfico se registra claramente la evolución de las fórmulas epigráficas funerarias hispanorromanas y gaditanas desde los siglos I-III. Existía una fórmula tradicional "pagana", que con algunas variantes era común en las lápidas sepulcrales. Los cementerios romanos se alineaban a lo largo de los caminos de salida de la ciudad, y se invocaba a los caminantes y viajeros a que a la lectura del epitafio de la estela funeraria, rogaran por el difunto con la sencilla fórmula: Sit tibi terra levis (S T T L). Hasta muy avanzado el siglo II después de Cristo, el rito funerario más común entre los hispanorromanos era la incineración: las cenizas y los huesos resultantes de la cremación del cadáver se recogían en unas urnas o en un vaso, que se colocaban bajo tierra o en una pared con nichos pequeños, conocidos como columbaria (es decir, "palomeras"). A partir del siglo III de nuestra era se va extendiendo el rito de inhumación.

A partir de los siglos IV y V la situación cambia, y no sólo en los ritos sino incluso en la onomástica. Si analizamos la epigrafía asidonense paleocristiana, no encontramos ningún epígrafe con los tria nomina, pues a partir de estas centurias, los nombres de los finados en las inscripciones son sus cognomina (sin praenomen ni nomen). Parece que a partir de mediados del III, con la extensión de la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio, existe una mayor diversidad onomástica y, así, los primeros cristianos hispanorromanos prescinden de los tria nomina, por considerarlo como signo distintivo de los paganos. Los cognomina asidonenses son Romano, Paulo, Aurelio Félix, Ubitildo, Venerioso, Cefalio, Principio, Burgarico, Zerecindo, Nicolao Macriotes, Rufino, Flaviano, Evasio, Lepero, Pimenio, Teodoraces, Geroncio, Máximo, Manurcio, Puperio, Basiliano, Suetonio, Paciano o Fulgencio (los masculinos); y Regina, Catlosa, Vigilia, Urbana, Servanda, Abundancia y Benedicta (los femeninos).

En cuanto a la simbología cristiana, la cruz en la epigrafía funeraria asidonense aparece como el principal signo en las tumbas cristianas del antiguo obispado asidonense a partir de finales del siglo V (como muy tarde). La cruz ha dejado de ser patíbulo de ejecución, y comienza a ser el símbolo cristiano por excelencia.

Una gran cantidad de ellas aparecen sobre las tumbas rupestres de las sierras gaditanas en los siglos visigodos y mozárabes. También se ven cruces en las inscripciones de consagración de las basílicas y en los epígrafes funerarios cristianos, además del crismón con alfa y omega, o la cruz con alfa y omega, todo en un mismo signo.

Sin duda, son el crismón y la cruz, como ya dijimos, dos signos muy primitivos, como el pez (por el acrónimo IXÈYS) o el ancla (una cruz modificada). He aquí nuestra traducción del pasaje original griego redactado por Sócrates de Constantinopla, el "Escolástico e incluido en la Historia eclesiástica (I 2), en el que se narra el suceso del puente Mulvio (o Milvio) y la aparición del mencionado signo en el cielo:

"Pero Majencio oprimía de mala manera a los romanos, tratándolos al estilo más de un usurpador tiránico que de un emperador, cometiendo adulterio a sus anchas con las esposas de los hombres libres, además de matar a muchos y perpetrar fechorías parecidas. Cuando lo supo el emperador Constantino, fue encargándose de librar a los romanos de la esclavitud bajo aquel yugo, poniendo de inmediato toda su preocupación en ver de qué modo acabaría con el usurpador. Y en medio de esta gran preocupación iba pensando a qué dios invocaría como protector para la batalla. Tenía en mente que a los de Diocleciano no les sirvió de nada su buena predisposición respecto a los dioses paganos y advertía, en cambio, que su padre Constancio, que dio la espalda a las prácticas religiosas paganas, pasó más feliz la vida. Pues bien, se encontraba en esta indecisión cuando, de camino a algún lugar con sus tropas, le sobrevino un espectáculo milagroso e indescriptible. A eso del mediodía, con el sol ya declinando, vio en el cielo una columna de luz en forma de cruz en la que unas letras decían: "Con esta vence" (Toútoi níka; In hoc signo vinces). Con su aparición esta señal conturbó al emperador y, casi sin dar crédito a sus propios ojos, incluso les preguntaba a los presentes si también ellos habían disfrutado de la misma visión. Y ante el común acuerdo, el emperador se reconfortó con la divina y milagrosa aparición. 6. Y al llegar la noche, ve en sueños a Cristo que le decía: "Prepara una reproducción del signo que has visto y tenlo dispuesto contra los enemigos como un trofeo eficaz". 7. Convencido por este oráculo, prepara el trofeo en forma de cruz, que hasta hoy día se conserva en el palacio imperial, y con mayor ánimo iba encaminándose hacia su objetivo: traba combate con él delante de Roma cerca del puente llamado Mulvio y lo vence; Majencio se ahogó en el río. Fue en el séptimo año de su reinado cuando consiguió la victoria sobre Majencio".

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