Sofá olímpico

Viva Franco (Battiato)

03 de agosto 2024 - 03:05

Cada cuatro años, con los Juegos Olímpicos, más de uno debe lidiar con el dilema ético de siempre. Los demás echan los bofes por la boca y a uno, en cambio, se le cae la baba lánguida durante la siesta o a mitad de la larga tarde agosteña. Así es la vida. Unos se esfuerzan ímprobamente y otros lo disfrutan desde la obscena inmovilidad. Nada hay que llame más al sedentarismo radical que ver los Juegos desde el sofá. Repantingado, me deleito al contemplar la plástica del esfuerzo gracias a la cámara superlenta. En atletismo las pruebas de velocidad regalan imágenes donde la musculación, la tensión fibrosa y la potencia forman una sincronía perfecta que a menudo se concentra en el movimiento sísmico de los mofletes.

El calor nos trastorna. Por eso a veces uno tiene la sospecha de que las Olimpiadas quieren transmitirnos el mensaje subliminal y religioso de los puritanos. El cristianismo por vía protestante podría ser eso que va de la superación del Robinson Crusoe al deportista sacrificado y exitoso que se ha forjado a sí mismo y por sí mismo. Los elegidos por Dios serían los tres medallistas. Pero a partir del cuarto clasificado (su vergonzante medalla de chocolate lo delata), nadie sería merecedor de caridad alguna.

Suelo tragarme toda disciplina olímpica y todo me hace ver tardíamente que el éxito se obra por la determinación, la constancia y la doma del dolor. Lo mismo vale para el gimnasta nipón que ejecuta su prodigioso ejercicio de suelo, que para la coreana del tiro con arco que administra la tensión mental de su talento. Los Juegos nos recuerdan que no pertenecemos al fuego de los dioses del Peloponeso por físico inadecuado, por inconstancia o por simple ineptitud. Eso sí, hay quien se revela a edades otoñales y se apunta a deportes extremos para cumplir la penitencia por el tiempo perdido. Pero esta es otra cuestión y no sé, como católico low cost que soy, si la ética protestante lo acepta o no.

En París 2024 el olimpismo de sofá cuenta con el aliciente añadido de los entornos parisinos. Partidos de voleibol playa con el hierro dulce de la Torre Eiffel al fondo. Piruetas de skateboard en la plaza de la Concordia donde asoma el obelisco. Concursos hípicos en el Palacio de Versalles. Ese pebetero suspendido por un globo sobre las Tullerías y cuyo fuego se alimenta por vía eléctrica cual ensueño de Julio Verne. Qué importa que el Sena esté pútrido si triatletas y marchadores alcanzan la meta y por detrás asoma el casquete dorado de Les Invalides. Puro stendhalismo televisivo. Se nos cae la baba del embeleso y la otra baba de la gandulería.

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