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Tribuna
El pasado viernes 2 de mayo, en medio del largo puente, el B.O.J.A. publicaba el decreto por el que se aprueba la nueva estructura orgánica de la Consejería de Cultura. En la disposición adicional primera de dicho decreto, queda establecido que "se suprime el Centro Andaluz de Flamenco como servicio administrativo sin personalidad jurídica". Naturalmente, no se trata de que el C.A.F. vaya a desaparecer físicamente del mapa, pero el panorama se presenta desalentador. Es cierto que a continuación se aclara que "las competencias y el personal del mismo quedarán adscritos a la Dirección General de Industrias Culturales y Artes Escénicas, sin perjuicio de que los inmuebles que integran el denominado Palacio de Pemartín, en Jerez de la Frontera, continuarán siendo sede de la Consejería de Cultura destinadas al estudio y la promoción del flamenco". Pero esta afirmación no termina por tranquilizar. Se habla, por ejemplo, del "estudio y la promoción del flamenco", pero para nada se menciona la documentación, un aspecto esencial de ese Centro, su razón de ser tal vez y por el que ha desarrollado una labor fundamental en la investigación de este arte en los últimos años. Con los elementos de que ahora se disponen, difícilmente puede uno albergar la esperanza de que los servicios y las actividades que actualmente se prestan desde el palacio de la Plaza de San Juan jerezana vayan a continuar existiendo de la forma en que lo hacen.
Parece evidente que, a esta hora, se hacen necesarias algunas explicaciones acerca de las intenciones funcionales de esta nueva estructura y puede que, de esa forma, se aclaren las muchas incógnitas que ahora se presentan acerca de la consideración de un arte, el flamenco, en esta nueva etapa. Porque, por más que se mira en las páginas del citado decreto, el flamenco sólo aparece de pasada y con referencia a distintas direcciones generales y nunca como hecho diferenciado y digno de una entidad administrativa propia, algo que había alcanzado en los últimos años y a lo que cuesta trabajo renunciar. Primero, porque, con sus más y sus menos, se había creado una Agencia del Flamenco que, por cierto, no aparece por ningún lado en esta nueva estructura. Pero, en segundo lugar -y esto sí que es llamativo- porque este arte había sido reconocido como un valor propio de nuestra cultura con su inclusión en el nuevo Estatuto de Autonomía y, sin duda alguna, hechos como la supresión del C.A.F. no parecen coherentes con la consideración estatutaria.
La desaparición del C.A.F., a menos que se demuestre lo contrario, significa un brusco giro, si no un claro retroceso, en esa consideración institucional. Este Centro es toda una referencia que nació como Fundación en 1986 y cobró su entidad de servicio, que ahora desaparece, hace ya casi quince años, en 1993. Para sus muchos usuarios de estos años -investigadores, artistas o aficionados entre los que me cuento-, la lectura de la citada disposición adicional es como un mazazo, un mal sueño que cuesta asimilar.
Quedan otras muchas cuestiones que uno se podría preguntar y que lo mismo -y ojalá- se vayan desvelando en los próximos días. Está, por ejemplo, el futuro de la contribución de la Junta de Andalucía en la construcción y puesta en marcha de la futura Ciudad del Flamenco de Jerez. Pero, por último, y tras la decepción primera, al aficionado que soy, como a cualquier otro, le queda la duda cierta de si, con esta nueva organización, se posterga al flamenco o bien se esconde el intento de controlarlo desde ámbitos superiores y capitalizar la fuerza que tiene, algo que difícilmente le pueden arrebatar.
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