El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
Su propio afán
En la Escuela Naval –se dice— está preocupando bastante la forma física de la Princesa Leonor. A su Alteza le cuesta seguir, por lo visto, el ritmo deportivo de sus compañeros. No me extraña, en absoluto.
Recuerdo de mi juventud a los dos amigos que ingresaron en la Escuela Naval. Tenían muchas virtudes, como su patriotismo, la conciencia de sus sendos legados familiares, el espíritu de aventura, una enorme exigencia académica; pero, además, eran dos armarios y les divertían más los deportes más extremos, aunque todos se les daban bien. Me da a mí que esa condición física vigoréxica entra en el paquete de la vocación castrense. La princesa tiene un enorme mérito yendo de academia militar en academia militar, pasando por la Escuela Naval, para prepararse al papel esencial de Jefe de las Fuerzas Armadas que le corresponderá como Reina, pero, hasta donde sé, su afición deportiva es perfectamente descriptible. Lo cual me hace más monárquico o princesaico.
Sobre eso, la tienen cenando de aquí para allá. También por experiencia propia, ahora que el verano ha muerto en nuestros brazos, sé lo mala que es la vida social para la forma física y la línea dietética. No vas a dejar de brindar, chin-chin; y, aunque quisiéramos, que tampoco, no podríamos dejar de cenar en abundancia. El buen apetito es también una reverencia gastronómica a los espléndidos anfitriones. Si me perdonan la ordinariez, que no casa con este artículo, al final lo culinario acaba, como su propio nombre –no es traidor– avisa desde el principio, en el culo.
Ahí tenemos, pues, a nuestra futura reina, que no tendría vocación de Ironwoman y que ha acudido a todos sus otros compromisos políticos, diplomáticos, sociales y benéficos rodeada de medias noches, copitas y canapés, dando panzazos y volteretas con un puñado de chicas y de chicos que han nacido y se han entrenado para eso. El sudor de sangre azul de nuestra princesa deviene especialmente entrañable, además de meritorio. Agravado por el apuro de quedarse atrás ante unos compañeros de armas que la miran con deferencia y ante unos mandos incómodos.
Le van a poner un plan intensivo para que se ponga en forma rápidamente, pobre. A menudo el heroísmo no consiste en regar con la sangre el suelo patrio, como en los cantares de gesta. Hay una épica cotidiana en regar el suelo de la patria con el sudor bien empleado. La princesa la primera. ¡Mucho ánimo!
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