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Tribuna cofrade
Jerez/Hoy es Domingo de Ramos, por encima de las adversidades que nos toquen por vivir, o mejor dicho, estamos viviendo. La Iglesia celebra la Misa de Palmas y se evoca la Entrada Triunfal de Nuestro Señor Jesucristo en Jerusalén. En este caso, en esa particular Vía Sacra que cada uno de nosotros tenemos abocetada entre las paredes de nuestros hogares por culpa de un invitado más que inoportuno que los cofrades venimos soportando desde el ecuador de la Cuaresma hasta la Santa Semana que ha hecho su acto de presencia, como mandan las hojas del calendario.
Siempre hemos temido, y lo seguimos haciendo, a los ya conocidos factores adversos que nos han quebrado en dos nuestra Semana Mayor de ensueño. Aunque estoy convencida que a partir de ahora el tener que lidiar con la embestida de la lluvia va a ser igual que enmarcar capotazos sobre los añiles de nuestro Cielo comparado con las cornadas que nos está propiciando este maldito virus en lo más hondo de nuestra alma.
Pero este año no tendremos que alzar la mirada para comprobar los distintos tonos cromáticos que van tomando las nubes como señal de alarma de lo que pueda caer en determinadas horas, porque cada vez que se nos vengan a la mente o visualicemos en cualquier estampa o imagen de vídeo el rostro de las imágenes dolorosas de esta jornada de rubias palmas, hemos de darnos cuenta de que las lágrimas que surcan las mejillas de la Santísima Virgen, la que fuera Primer Sagrario sin templo, son la muestra del llanto de Dios.
Llanto que se derramará sobre la cara de terciopelo de la Estrella Lasaliana, la niña bonita de la Escuela de San José, que hoy, más que nunca, dejará un beso en la blanca frente de los más pequeños de su cortejo… y llanto de la Angustia de la que es Madre de la Iglesia porque hoy no se engloriará cuando se abran las puertas de su templo para que su joven cofradía dé testimonio de Fe por nuestras calle… y llanto de la Virgen del Perpetuo Socorro, que desde la Ermita de Guía, tomará de la mano a cada uno de sus hijos para llevarlos hasta las mismas plantas del que desde el recio madero, nos ofrece su Perdón eterno para cada una de nuestras culpas … y llanto de romero y clavo, de azabaches escondidos que también llorarán cuando la luna no pueda derramar su plata, ya bien entrada la madrugada, sobre la calle Merced para alfombrar con su luminaria el camino hacia la Basílica de la que arropará con la Misericordia de su blanco manto esas ‘duquitas’ que atraviesan los centros de los que no podremos rezar bajo la sarga de nuestro antifaz mercedario. Ella, la Reina del Transporte, el moreno nardo del Domingo de Ramos, ya se ha encargado de recoger cada una de nuestras calladas promesas y depositarlas sobre las manos del Consuelo de los Hombres y Redentor de Cautivos… pero también el llanto de Dios se hará suspiro de nácar en la Albarizuela cuando la Paz de María tenga que ser el bálsamo para los que hoy la sueñen en el joyel de su palio viniendo desde su torero barrio… y llanto traspasado con siete dagas de dolor desmedido cuando la plaza de las Angustias no sea testigo de una Madre al pie de la Cruz, que en el coso de su pena, reposa sobre su regazo la carne ultrajada del mismo que acunó en su seno…
Y es que el llanto de cada una de nuestras Dolorosas, en este Domingo de Ramos, es el llanto del mismo Dios.
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