El teatro rió el último

La ciudad y los días

06 de agosto 2024 - 03:07

Escribiendo un artículo sobre la exposición dedicada al cartelista Jano recordaba los grandes murales de los cines de Sevilla. Quizás, los más mayores no hayan olvidado los de Desde Rusia con Amor, Qué noche la de aquel día o El Cid en el Coliseo, el lujoso de My Fair Lady –con una cortina roja tras la figura recortada de Audrey con el traje de Ascot– en el Llorens y los espectaculares murales, los mayores de Sevilla, del Imperial, desde los más antiguos que recuerdo –Ben-Hur y Los diez mandamientos– a los de El Padrino o El violinista en el tejado. Y estando en ello caí en la cuenta de la venganza de los teatros sobre los cines.

Los puñeteros teatros ganaron la batalla a los cines que al principio parecieron vencerlos. La victoriosa llegada del cine, mucho más barato que contratar compañías y cada vez más del agrado del público, fue convirtiendo los teatros –el San Fernando, el Cervantes– y los salones –el Llorens, el Imperial– en salas de cine, primero alternando sus dos actividades y después dedicándose solo a proyecciones. A los teatros no había que hacerles modificaciones. Los salones se adecuaron eliminando palcos laterales y columnas para permitir la visión desde todas las butacas: las columnas del Salón Imperial, por ejemplo, son las que hoy están en el atrio de la Basílica de la Esperanza Macarena.

Tras la construcción de la primera sala diseñada exclusivamente como cine –el Pathè en 1925– y con la única excepción del teatro de la Exposición (hoy Lope de Vega), conscientes del declive de los espectáculos teatrales, los nuevos teatros se diseñaron para servir tanto para proyecciones como para representaciones teatrales, casos del Coliseo (1931) y el Álvarez Quintero (1950), para acabar convertidos casi exclusivamente en cines.

Parecía que los cines habían ganado la guerra. Pero no fue así. No ha sobrevivido ninguno de los magníficos construidos entre 1925 y –por poner el punto final en el Villasís– 1966, mientras que sobrevive el Lope de Vega, al que se han sumado el Maestranza y el Central, mientras el pionero Pathè diseñado por Juan Talavera como primer gran cine de Sevilla, es hoy un teatro. Una broma. Bueno, me dirán, ha quedado el Cervantes felizmente resucitado. Otra broma. Derribados los más de 40 cines que tuvo Sevilla, resulta que el único superviviente es un teatro construido 22 años antes de que el cine naciera. Ganó el teatro.

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