La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Una vuelta más
BASTA con 'tomar la temperatura' a la realidad de la calle, para percibir sin dilación algo que va más allá de un sintomático estado ‘febril’ generalizado. Podría afirmarse con rotundidad que la sociedad padece una heterogénea y progresiva destemplanza, como consecuencia de hallarse sumida en un profundo mar de complejos o laberintos emocionales, de controversias, recelos, angustias, tabúes y disparidad de criterios interminables. Convivimos a diario con ciudadanos apáticos, depresivos, psicóticos, ‘zombies’ sin ficción que no encuentran el ánimo vital perdido; seres sin Norte, Sur, Este u Oeste, ni brújula o coordenadas que marquen un horizonte fiable al que poder dirigirse. Tropezamos entre adoquines con ‘buzos’ desorientados que exploran a cielo abierto o retraídos desde redes virtuales sus amores imposibles, quimeras, fórmulas de extorsión, venganzas, traiciones, envidias, odio, ira, rencores, infidelidades, fobias y, cómo no, la resurrección de ese ‘yo’ maltrecho.
El perfil, arquetipo o patología común de quienes viven y padecen estos insondables dramas humanos, es el de haber sufrido un trauma de grandes proporciones, trágico, horrible, desgarrador, que les ha dejado vacío el ‘cofre del alma’. El amor de sus vidas dijo adiós sin dejar nota o esparciendo un reguero de sangre; el pilar del hogar (padre o madre) abandonó sin previo aviso este convulso planeta y permanece con sus pertenencias, rostro, palabras y gestos, en cada rincón de la casa; una enfermedad incurable deja en coma profundo al ser más querido; despidos laborales en edades maduras; hijos o familiares que escogen el peor sendero, ese camino hacia la perdición o la muerte, sin medios ni remedios aparentes para evitarlo… Tantos y tantos casos con la misma y espeluznante sintomatología. Para ellos, la existencia deja de tener sentido. A duras penas, se mueven por la cuerda floja, cual funámbulos ciegos que intentan llegar sin pértiga al final de un maldito alambre. El abismo les contempla expectante.
En el extremo opuesto a los dramas en vida, encontramos la indiferencia. De ella provienen quienes ni sienten ni padecen, esos mezquinos e inconmovibles personajes fríos, indolentes por naturaleza, sin distinción de sexo, raza o credo. “No hay nadie peor que quien pega a sus padres con un calcetín empapado en vinagre”, es la frase más atinada que hallé de pequeño para definir lo que más me conmovía: la cruel y extendida falta de sensibilidad. Peinando ya canas, sigo sin dar crédito a la carencia de sentimientos. No encuentro respuesta ni justificación para ello. Desde el ámbito médico sostienen que ‘sentimiento’ es una experiencia subjetiva emocional provocada por una variedad de estímulos, tanto internos como externos, que juegan un papel crucial en la salud y bienestar de los individuos. Especialistas de la prestigiosa Clínica de Navarra consideran que los sentimientos son componentes fundamentales de las respuestas humanas a experiencias vitales como el dolor, el sufrimiento, la alegría, el amor, la tristeza y la empatía. Los sentimientos están estrechamente relacionados con las emociones, que son respuestas fisiológicas y psicológicas automáticas a determinados estímulos. En resumen, los sentimientos son fórmulas o experiencias subjetivas con las que interpretamos nuestras emociones. Por ejemplo, podemos sentir felicidad (el sentimiento) como resultado de ganar un premio (la emoción).
“Corazón mío, no hables. Puedes jugar con fuego, pero te quemarás”, cantaba Bob Dylan aludiendo a lo peligroso que resulta hablar cuando se está emocionalmente involucrado. A su modo, el legendario compositor americano diferenciaba metafórica y literariamente entre sentimiento y emoción. Los sentimientos son a menudo menos intensos que las emociones, pero más duraderos, pudiendo ser influenciados por nuestros pensamientos, creencias y experiencias pasadas. Si hubiese que destacar sentimientos positivos, la relación se iniciaría por la euforia, seguida de admiración, afecto, optimismo, gratitud, satisfacción, amor y agrado. Entre los sentimientos negativos resalta el enfado, seguido por odio, tristeza, indignación, impaciencia, envidia, venganza y celos. Los psicólogos alcanzaron ya hace tiempo un cierto consenso al concluir que existían 6 tipos de emociones básicas: el miedo, la ira, el asco, la tristeza, la sorpresa y la alegría. Sin embargo, estudios más recientes aseguran que el rostro humano es capaz de crear más de 7.000 expresiones diferentes, reflejos claros de una variedad emocional aún mayor que la evidente.
Quienes muestran una reprochable falta de sentimientos cuentan para su bien con la compasión como aliada, sin duda una de las emociones más dignas del ser humano, descrita fielmente por el poeta y escritor Pietro Metastasio con dos frases antológicas: “Sin piedad la justicia se torna crueldad. Y la piedad sin justicia, es debilidad.” “Usar la venganza con el más fuerte es locura, con el igual es peligroso, y con el inferior es vileza.” Sea o no por actitud compasiva, los psiquiatras también ‘justifican’ la falta de sentimientos o emociones con una patología: la alexitimia, un neologismo que, según el eminente catedrático Enrique Rojas, procede de las quejas de mujeres en pareja sobre maridos que son fríos, secos, distantes, poco expresivos en lo afectivo, que tienen un lenguaje emocional muy breve. La alexitimia es un déficit afectivo profundo que consiste en la dificultad para expresar emociones, pobreza imaginativa, lenguaje verbal y no verbal, vacío de contenidos afectivos y personales, así como una seria dificultad para identificar sentimientos propios y ajenos.
“Cuánto dolor, qué inmenso dolor”, me dijo hace dos décadas el magistral Antonio Gala tras mostrarle algunos versos inéditos del que sería mi segundo poemario, ‘Dejadme en paz’, donde afloraban sin tapujos y a borbotones las emociones propias del desánimo vital. El genial poeta y dramaturgo me habló a través de su rostro, fue terapéutico. Gracias a él, certifiqué que desnudándote al escribir, o meditando en voz alta, eludes la corrosiva negatividad, es como hallar ‘flotadores’ en el entorno afectivo. Aun así, toda teoría sobre los sentimientos debe llevarse a la práctica evitando vías sinuosas que nos sumerjan en la decadencia, o agonizando en la tristeza hasta pudrirnos en la soledad de un alma que, aunque no la veamos, sigue estando dentro de ti…
(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue editor jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como jefe de prensa del Circuito de Jerez.
Intenté evadirme airoso
de atolladeros sin fin.
Buscaba mi propia vida,
ser alado e inmortal.
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Planté cara a los hipócritas,
revelándome ante la injusticia.
Asumí luchar contra el agravio,
abrazando ideales arraigados.
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Presenté querella infame
contra mediocres personajes,
ladrones de bondad e intelecto,
mutiladores de impulsos.
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Mi mente se abrió sin fronteras,
descubrí bosques en el hielo,
murmullos en islas desiertas,
arcoíris entre desalientos.
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Busqué en la espesura,
escarbé en lo inconcreto
y me encontré a mí mismo,
¿era yo, o un propósito?
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© Jesús Benítez
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Gracias, Errejón