Alberto Núñez Seoane

Meditar

Tierra de nadie

24 de marzo 2025 - 02:12

“Sapere aude” -“atrévete a saber”-, lo escribió Quinto Horacio Flaco -más conocido por Horacio-, poeta nacido en el siglo LXV a.C., en la Epístola II a su amigo Lolius; la divulgación del aforismo se debe a Kant: “atrévete a pensar”, decía el genial filósofo, ten la voluntad de utilizar tú propia rezón para conocerte. Es asumiendo esta actitud por lo que debemos comenzar para poder caminar por una vereda que nos haga sentir felicidad, pues el solo hecho de tomar libremente esta decisión, y, con libertad, obligarnos a serle fiel, supondrá revestirnos de la capacidad para ser lo felices que podemos llegar a ser. Ya que no se trata, sólo, de llegar a ser feliz, pues se comienza a ser feliz el momento mismo en el que se empieza a andar por el camino de serlo, y se tiene conciencia de ello.

Meditar, pensar en profundidad, es una actividad específica de la consciencia que consiste en hacer uso racional del conocimiento, que forma parte sustancial -a priori, diría Kant- de nuestra esencia, para aprehender la experiencia suministrada por los sentidos, percibirla y asimilarla por medio de la intuición; no es fácil expresarlo con menor complejidad.

Pensar no es sólo darse cuenta de; percibir no es pensar, aunque el pensar también incluya la percepción; ver lo que vamos a hacer mañana, calcular como pagar el siguiente plazo de la hipoteca, elegir con quien nos vamos de vacaciones -valgan los ejemplos-, no es pensar, a pesar de que el pensar pueda contener algunas de estas conjeturas o supuestos. El pensamiento impulsado y sostenido, que es la meditación, conlleva echar a andar el mecanismo que nos hace ser los seres conscientes que somos, mover las piezas que conforman la maravillosa facultad de razonar.

La razón es la realidad para -no “por”- la que el pensamiento existe; sin poner en práctica la razón, o sea razonar, la posibilidad de pensar deja de tener sentido, y sin pensar no podemos meditar. Razonar -hacer uso de la razón-, no para prever o calcular, no para que el cerebro interprete las imágenes que capta nuestra retina, los sonidos que comunica el tímpano, los aromas que nos llegan por el olfato, las percepciones del tacto, o los sabores que transmiten las papilas gustativas de la lengua, sino para plantear premisas que nos lleven a conclusiones, establecer criterios que nos permitan llegar a una deducción, buscar datos que nos acerquen a la solución, diseñar preguntas para encontrar respuestas, descubrir lo que estaba oculto, suponer insospechados posibles, desvelar enigmas, imaginar lo que no percibimos, encontrarnos con, y saludar, lo desconocido … esto es, poner a trabajar el pensamiento para dialogar con nosotros mismos y llegar a la meditación, que no es sino el pensamiento en su mayor intimidad, aislado, independiente y capaz, el pensamiento puro, que nos conducirá hasta el paso siguiente.

Al meditar colocamos el norte, que siempre indica la aguja imantada de la brújula que nos ha de servir de guía, en nuestro interior, y será el pensamiento el vehículo único con el que vamos a poder viajar hasta ese destino que nos hemos marcado y propuesto; el rumbo que marca la brújula es el que nos lleva a saber lo que somos, al interior de los seres racionales que somos y vivimos en la realidad que conocemos, que es la que tenemos por mundo.

Albert Einstein dijo: “Todo aquello que el hombre ignora, no existe para él. Por eso el universo de cada uno se resume en el tamaño de su saber”, pues bien, ahí lo tienen, ya no es que lo haya escrito Alberto Núñez, es que lo dijo Einstein. Si el universo de cada uno se reduce a lo que cada uno sabe, todo lo que ese uno no sepa no existirá para él, con independencia de que en verdad exista o no; es decir, su mundo estará limitado, sólo -porque siempre es poco lo que sabemos-, a lo que el sujeto sepa. Pero hay en éste asunto algo mucho más turbador, inquietante y hasta siniestro, pero sobre todo mucho más penoso, lamentable y descorazonador: si en la realidad que vivimos sólo existe lo que conocemos, que es aquello que no ignoramos, y no llegamos a conocernos, la conclusión evidente es que no existimos como los seres que somos, pues nos ignoramos; o sea: vivimos nuestra vida sin ser nosotros; es decir: no podremos vivir la vida que nos correspondería vivir si, al conocernos, fuésemos nosotros mismos; pues al no conocernos, nos ignoramos, y al hacerlo dejamos de existir, tal cual somos, en nuestra realidad, no estamos tal y como somos en el mundo que conocemos, que es el nuestro pero sin nosotros al completo, porque los que estamos allí, en lugar de ser todo lo que somos, sólo somos una parte de nosotros: la parte que conocemos. (Continúa)

stats