Alberto Núñez Seoane

Socialismo y burguesía

Tierra de nadie

29 de julio 2024 - 06:10

Voy a escribir dos artículos hermanados, a uno, éste que ahora leen, lo he bautizado “Socialismo y burguesía”, al otro, Dios y su voluntad mediante, y si así es, el próximo lunes leerán, ”Burguesía socialista” se llamará. Y es que, pensando sobre ambos títulos, se me fueron ocurriendo divertidas, y otras menos graciosas; ironías, tejes y manejes; preguntas con respuesta, algunas, y con excusa el resto; dudas, certezas, perplejidades y realidades.

El Partido, que aún hoy se sigue llamando “socialista”, “obrero” y … “español”, sin que ni españoles ni obreros ni socialistas hayan interpuesto demanda alguna, ni a título individual ni colectivo tampoco, lo fundó Pablo Iglesias en el año1879.

Poco antes de proclamarse la Primera República, España vivía momentos convulsos: en 1869 se crea la asociación Internacional de Trabajadores; en 1870 tiene lugar el primer congreso obrero español; en 1871 se debate y condena la Internacional en las Cortes Españolas; en 1873, ya proclamada la República, tuvo lugar la sublevación anarquista de Alcoy.

El alzamiento del general Martínez Campos, en Diciembre de 1874, terminó con la Primera República. Hasta que llegara la que resultó desastrosa Segunda República, en 1931, la Restauración permitió, en la figura de Alfonso XII, recuperar el trono de España a la casa de Borbón. Con el nuevo advenimiento de los borbones -la anterior representante de la Casa fue Isabel II que en 1868 era destronada por la llamada Revolución Gloriosa, iniciándose el conocido como Sexenio Democrático-, la clase obrera vio, una vez más, cercenadas sus legítimas aspiraciones a la libertad, la igualdad y la Justicia.

La burguesía, clase darwiniana -excusen el palabro, pero trato de reflejar la inaudita capacidad de adaptación que esta clase social ha tenido a lo largo de la Historia-, donde las haya, había permitido la Primera República hasta que le convino dejar de hacerlo. La inevitable decadencia de una aristocracia perezosa, viperina y vulgar; el vuelo bajo, hasta lo rastrero, de una nobleza que, desde mucho tiempo ha, había abdicado lo noble; el ocaso de blasones, el declive de los campos de gules y el crepúsculo de las mustias flores de lis, dejaron terreno libre a una clase media, pero poderosa, sin sangre azul, pero eficaz e inquieta, pujante y ambiciosa. Los aristócratas, de capa caída, que ya nada tenían de aristos -en griego “aristos” significa los mejores; aristocracia sería: el gobierno de los mejores-, cedían, a cambio del vulgar dinero de los que ahora lo tenían, es decir, vendían, absolutamente de todo: títulos, escudos, linajes e Historia, primogénitos o hijas, vajillas, pergaminos, cubiertos o armas, bienes ajados, haciendas arruinadas y a ellos mismos si fuera necesario.

El obrero volvía al agujero del que nunca salió. Ni Cánovas, conservador, que basó su política en cuatro pilares: Rey, Cortes, Constitución y alternancia pacífica entre partidos dinásticos, cuatro pilares entre los que no veo ni “obrero” ni “trabajador” ni tampoco “campesino o agricultor”; ni tampoco Sagasta, liberal, sacarían a lo que en otros lugares ya comenzaba a llamarse proletariado -no había aún en España masa social suficiente para dar cuerpo y forma a esta figura emergente- de la miseria en la que siempre vivió.

Era, con esa idea nació, el socialismo el movimiento llamado a traer dignidad donde no la había, dar libertad a quien no la tuvo, seguridad al desprotegido, Justicia social al oprimido, futuro al obrero …; pero no lo hizo, nada de esto hizo. El socialismo, aún antes de nacer como partido organizado en España, se gestaba ya tocado del ala.

La opinión de la clase dominante, de modo inevitable, termina por hacerse la opinión pública. Como piensa el que manda, es como debe pensar quien no lo hace. El poder conforma la realidad de la sociedad sobre la que ordena, por eso es “poder”. Los que lo ostentan harán lo necesario para continuar teniéndolo; los que aspiran a formar parte de los poderosos, serán fieles a sus instrucciones, obedecerán sus leyes y harán por que los demás las cumplan también; los que no tienen opción a llegar al poder, tienen tres alternativas: resignarse y sobrevivir, tratar de subir al siguiente escalón, desde el que podrán optar a seguir escalando, o rebelarse: la revolución.

España hervía, la clase dominante -la nueva burguesía- quedaba anclada en un pasado ya imposible; el socialismo, en lugar de optar por la última opción, se quedó en la anterior: se aburguesó. Y de aquellos barros vienen estos lodos.

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