El microscopio
La baza de la estabilidad
Descanso dominical
Me quedé distraído a sabiendas en algunos de los versos y pensamientos hondos del pregón de Lala Prieto, he recorrido el paisaje de los carteles de Miguel Ángel Segura rozando en síndrome de Stendhal de tanta genialidad, me enganché a los capítulos de ‘Andalucía en Semana Santa’ en Canal Sur y, como siempre, he pegado la oreja a la radio varias noches de ‘Estación de Penitencia’. Esta semana también he sido alumno, casi de forma involuntaria, del máster en meteorología que se viene impartiendo en las redes sociales y tengo isobaras, danas, un modelo europeo, otro americano, Sanlúcar y las Azores dando vueltas como una borrasca enroscada en mi cabeza.
Así ha pasado la Cuaresma y entremedias ha sucedido que en casa ya tenemos una nueva hermana de la Defensión, una niña que, mal que me pese, va dejando atrás las pequeñeces y vestirá una túnica de ruán morado que cuelga planchada y barruntando estrenos en el perchero que tengo justo enfrente mientras escribo. A sus diez años ha entrado a formar parte de la hermandad de la familia, la que fundó en 1.957 un grupo de jóvenes entre los que estaba su abuelo Javier, dónde se dejó el corazón y las pestañas el tío Pipo, la del Martes Santo, la del Señor hecho hombre, la del Cristo de los cuatro clavos y la mirada infinita de María Santísima de la O. Ha hecho realidad un regalo de Comunión (gracias, Esperanza, Raúl, Jose y Raulito) y también, aunque no es consciente todavía, ha puesto el punto y seguido en el camino de nuestro imaginario particular.
Alguien dijo una vez que las tradiciones no se heredan, se conquistan; algo que cobra más sentido en estos tiempos en los que ciertas esferas supremacistas y acomplejadas se empeñan en despreciar las costumbres -sobre todo las andaluzas- queriendo disfrazarlas de ignorancia y ranciedad. Pero el acervo de nuestra tierra es justo lo contrario, sinónimo de cultura e identidad propias y lo poco que nos diferencia ya del resto del mundo globalizado, donde la tradición se reduce a pasar la tarde en el centro comercial. Y no se trata sólo de creencias religiosas, es mucho más que eso. ¿O es que todos los que se echan a la calle en Semana Santa son católicos, apostólicos y cristianos practicantes?
Soy hermano del Cristo de la Defensión, como lo fueron mi padre y mi tío, como lo son mis primos y mis sobrinos y como ya lo es también mi hija. El Martes Santo la cogeré de la mano para ir con ella hasta Capuchinos. Y ya no me importa lo que digan los mapas grises del tiempo. La lluvia solo puede estropear las procesiones -ojalá que no sea así- pero no hay tormenta que pueda con una tradición.
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