La tragedia del 'Indianápolis'

EL SEXTANTE DEL COMANDANTE

Héroes. Se cumplen 70 años del desastre que llevó al fondo del mar el 'Indianápolis' horas después de haber transportador las bombas atómicas que iban a ser lanzadas en Hiroshima y Nagasaki

03 de agosto 2015 - 01:00

EL pasado 29 de julio se cumplieron 70 años de uno de los hechos más estremecedores ocurridos en el vasto escenario del mar: el hundimiento del crucero norteamericano Indianápolis y la desaparición de novecientos de sus mil doscientos tripulantes, la mayoría pasto de los tiburones, en el mayor aquelarre de este tipo de escualos del que se tiene noticia.

En julio de 1945, en los estertores de la Segunda Guerra Mundial, el Indianápolis se recuperaba en San Francisco de las averías producidas por un ataque kamikaze cuando fue seleccionado para una misión tan secreta que ni su propio comandante, el capitán de navío Charles Mc Vay, fue consciente de que transportó en las entrañas de su barco las bombas atómicas que habrían de ser lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. En cualquier caso, una vez entregada la carga en la base de los B-29 en la isla de Tinian, Charles Mc Vay no tenía instrucciones, de modo que se dirigió a la cercana isla de Guam esperando que el almirante norteamericano de la isla le dijera qué hacer, sin embargo, siendo secreta su misión, este no podía asignarle tareas, aunque, no obstante y a modo de recomendación, le dijo que la flota se estaba concentrando en Filipinas para el asalto final a Japón. Como quiera que el Indianápolis no tenía sónar, Mc Vay pidió escolta antisubmarina para dirigirse a las Filipinas, pero el almirante le contestó que no podía prescindir de sus buques, aunque le tranquilizó asegurándole que por debajo de los 15º de latitud norte el Pacífico estaba limpio de submarinos enemigos.

En estas circunstancias Mc Vay puso proa a las Filipinas sin establecer el preceptivo plan de ziz-zag para eludir ataques de torpedos, con la mala suerte de que se cruzó en la derrota del I-58, que al mando del capitán de corbeta Mochitsura Hashimoto se dirigía a Japón para defender a la patria del ataque final de los americanos. Dada la derrota directa del Indianápolis, Hashimoto no encontró dificultades para meter un par de torpedos entre las cuadernas del crucero. Eran las doce de la noche y cerca de trescientos marinos encontraron la muerte entre los hierros retorcidos del barco, que se hundió en pocos minutos sin dar tiempo a su tripulación a reaccionar. Mc Vay dio la orden de abandono de buque y antes de saltar al agua radió su posición y circunstancias, obteniendo como única respuesta el silencio.

Durante las horas siguientes, cerca de un centenar de marinos murieron debido a las heridas recibidas en la explosión o por no haber tenido tiempo para colocarse el chaleco salvavidas. Sin esta ayuda, después de horas de esfuerzo, muchos se ahogaban faltos de energía, mientras que otros, con las piernas o los brazos quebrados por la explosión, no tenían posibilidad de mantenerse a flote.

Dado el poco tiempo de reacción que dejaron los torpedos de Hashimoto, sólo se pudo lanzar al agua una balsa con capacidad para poco más de 30 personas, alternándose los marinos en su empleo en función de lo quebrado de su salud. Como tampoco tenían agua dulce, muchos hombres sucumbieron a la tentación de beber la del mar. Cuando la falta de agua dulce se prolonga, el cuerpo humano establece una reserva para mantener los órganos vitales, sin embargo, al consumir agua de mar, el cuerpo humano envía sus reservas a neutralizar la invasión de sal, de modo que los órganos vitales se deshidratan, conduciendo al individuo a una nueva ingesta de agua de mar en un bucle que termina llevando a una muerte horrible.

Pero lo peor estaba por llegar. Dos días después del hundimiento del Indianápolis comenzaron a aparecer los primeros tiburones y cuando el mar se tiñó con la sangre de los primeros marinos que sucumbieron a sus fauces, los sentidos de los escualos se excitaron de tal modo que se presentaron a centenares, causando una muerte horrible a más de cuatrocientos marinos, hasta que un avión de reconocimiento divisó una enorme mancha oscura en el mar y bajó para descubrir el espantoso escenario.

Sobrevivieron un total de 316 hombres con Charles Mc Vay a la cabeza, pero nada más terminar la guerra el comandante fue juzgado y condenado por no haber establecido un plan de zig-zag rumbo a las Filipinas y mentir al asegurar que había enviado un SOS, aunque la amnistía que siguió a la victoria le libró de entrar en prisión. En cualquier caso, incapaz de soportar el peso de las acusaciones, Mc Vay puso fin a su vida de un disparo en el jardín de su casa. En el juicio que se siguió contra él se interrogó al propio Hashimoto, que declaró que ningún plan de zig.zag hubiera salvado al Indianápolis, pues su I-58 contaba con cuatro torpedos humanos "Keiten" que lo hubieran alcanzado en cualquier circunstancia.

A principio de los 90, una estudiante eligió el caso Indianápolis como tesis de fin de curso, entrevistando a muchos de los supervivientes que seguían vivos. Las declaraciones de todos coincidían en que el comandante fue siempre ejemplo de un mando justo y ponderado. Al profundizar en los archivos de guerra, la joven encontró que en la zona por la que navegó el Indianápolis aquella noche nefasta había otros tres submarinos nipones, todos con torpedos "Keiten", por lo que sin sónar ni escolta antisubmarina el crucero estaba perdido desde que zarpó de Guam. A mayor abundamiento, se supo también que el SOS emitido por Mc Vay fue recogido por tres unidades norteamericanas, cuyos comandantes, y así consta en los correspondientes libros de bitácora, dijeron que era propaganda nipona en uno de los casos, que no le interrumpieran el sueño, en otro, y el tercero estaba tan borracho que ni siquiera le trasmitieron el aviso. En vista de las evidencias, el presidente Bill Clinton exoneró a Mc Vay de cualquier responsabilidad en un acto público y multitudinario. Hoy es un héroe de la Marina Norteamericana.

La tragedia del Indianápolis es un recurrente de la historiografía norteamericana, y su caso es citado en la película Tiburón de Steven Spielberg, cuando uno de los protagonistas, un veterano de guerra encarnado por el actor Robert Shaw, reconoce entre balbuceos que es un náufrago del crucero y guarda una gran fobia hacia los tiburones. En definitiva, la del Indianápolis es la historia de un naufragio, de torpedos humanos, de explosiones y muertes horribles. Y estas letras quieren ser la corona de flores que lanzamos imaginariamente sobre aquellas aguas malditas los que no los olvidamos. Setenta años después, descansen en paz.

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