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No sé quién me habló hace tiempo de un cuadro que puede verse en el Museo de América de Madrid. Se llama Los mulatos de Esmeraldas, o también Los reyes negros de Esmeraldas, y fue pintado en 1599 por un pintor mestizo de lo que entonces era Ecuador, de nombre Andrés Sánchez Gallque. En el cuadro se ve a tres varones negros vestidos a la usanza de los nobles castellanos de la época, con sus capas y jubones y gorgueras, sólo que llevan aretes en la nariz y lucen profusos adornos de oro en la cara. Estos tres hombres son un cacique negro y sus dos hijos. En aquella época, una persona de raza negra no solía tener nombre –no importaba–, ni mucho menos podía aspirar a aparecer en un óleo de buena factura ataviado como un noble castellano de la corte de Felipe III. Pero de estos tres personajes sabemos sus nombres –son Francisco de Arobe y sus hijos Pedro y Domingo–, y también sabemos su profesión y las circunstancias de su vida. Eran caciques de la actual región de Esmeraldas que habían sido negros esclavos, pero luego habían conseguido –no sabemos cómo– convertirse en pequeños representantes de la nobleza local.
Me pregunto qué culturas contemporáneas a la hispánica del siglo XVI –recordemos que estamos hablando de 1599– podrían enorgullecerse de tener un cuadro así: tres antiguos esclavos negros que ahora eran caciques y aparecían pintados en un óleo como orgullosos nobles castellanos. Desde luego, es imposible buscar un cuadro así en la pintura inglesa u holandesa de la época (los calvinistas creían que los negros y los indios eran poco más que bestias inmundas). Y tampoco creo que sea posible encontrar una obra así en otros países que tenían un imperio en el siglo XVI o XVII. Es seguro que no lo encontraremos entre los mongoles que conquistaron la India, ni entre los emperadores chinos que quisieron conquistar el sur de Asia antes de encerrarse entre sus fronteras por miedo a los bárbaros que acechaban al otro lado de la Gran Muralla. Pero España sí tuvo ese cuadro y muchos más, donde aparecen indios y negros y mestizos integrados entre los nobles y los eclesiásticos que gobernaban las Indias. Por supuesto, nada de eso se sabe entre nosotros, pero basta asomarse a un museo como el de América para saber que las cosas fueron así, digan lo que digan los “fresitas” mexicanos que agitan la burda demagogia anticolonial.
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