El microscopio
Una nota que da la nota
Descanso dominical
Me sale el flamenco por las orejas. Porque ahora, como ha sido el Día Internacional del Flamenco, hay actuaciones por todos sitios, a los gestores públicos se les llena la boca de palmas y compás y algunas peñas que parecía que estaban muertas se están yendo de parranda. Hasta me he cruzado por la calle Caballeros con José Mercé, con ese porte suyo a medio camino entre Enrique Morente y Keith Richards, alumbrando una sonrisa más grande que Barcelona, feliz y radiante -supongo- después de ensayar en el Villamarta, el teatro de su tierra, unas tablas que volvió a pisar anoche después de 14 años… La relación de Jerez con Mercé probablemente sea muy mejorable, pero ese es otro cantar.
Calamaro le dedicó su Grammy al Torta, Camarón se escapaba de fiesta a Santiago y San Miguel para escuchar flamenco por derecho y Serrat dijo una vez que Jerez y La Habana son las ciudades con más artistas del mundo por centímetro cuadrado. No seré yo quien le lleve la contraria al Nano, sobre todo porque es verdad. Esta ciudad tiene una facilidad innata y asombrosa para alumbrar en partos múltiples a los que mandan y seguirán mandando en el cante, el baile y el toque. Nacen llorando por bulerías porque nacen en la cuna del flamenco y eso no se presta a discusión alguna. El problema tradicionalmente ha sido, salvo fechas puntuales como estas de noviembre, alguna noche de verano o los días del Festival de Jerez allá por febrero, que era más fácil cruzarte con cualquiera de ellos por la calle que verlos subidos en un escenario. Nadie tiene problemas en Harlem para encontrar góspel, puedes escuchar fados en Oporto cualquier día del año, es imposible no tropezar en Nueva Orleans con una banda de jazz. Aquí solo defienden la plaza un tabanco, El Pasaje, y un tablao en Madre de Dios, Puro Arte, y ya es mucho decir poque hace unos años, muy pocos, no había nada que rascar.
Si Jerez quiere ser la Capital Europea de la Cultura -y sus argumentos pasan en buena parte por la tradición gitana y flamenca que nos contempla- está obligada a tener una programación estable todo el año, una oferta atractiva, presencia real en los colegios y en las calles. No puede ser que en cuatro páginas distraidas del calendario nos empachemos de seguiriya y soleá, y ya está. Nos tienen que sonar las tripas como la garganta de La Paquera, el bordón de Paco Cepero, los metales de Jesús Méndez, la hondura de Felipa del Moreno, la rebeldía de Lela Soto, el quejío de María Terremoto y un desplante de María del Mar Moreno. De lo contrario no seremos capital de la cultura, ni del flamenco, ni de nada. Porque ni siquiera seremos nosotros mismos.
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