Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Cambio de sentido
Baños de la Encina, Jaén. Dicen por la radio que, desde que ha sido proclamado uno de los pueblos más bonitos de España, los turistas llegan a cascoporro, no hay bares bastantes para abrevar tanto apetito abierto ni tiendas de suvenires donde pillarse una postal, un pito de barro, un tarro de miel, un imán para el frigo. Tan apretada está la cosa que la localidad alquila locales a 10 euros mensuales (luz y agua incluidas) para que acudan cuanto antes promotores y empresarios a poner tiendas de regalos o lo que quiera que esperen encontrar todos esos visitantes.
Júzcar, Málaga. Migue, que remanece del impresionante valle del Genal, me habla, saboreándolos, del pan que amasan en la casa y de los nombres de los pueblos. Y de los arados, las yeguas, el ritual de la matanza... Y del pueblo pitufo -que por lo visto no se le puede llamar así por asuntos de derechos de autor-. A Júzcar en 2011 lo pintaron todito de azul para promocionar la película de los pitufos. Hay construcciones con forma de seta, y papás pitufos y pitufinas por las calles. Ana escucha, y añade que, en una caminata por la zona, avistó el pueblo y sintió en la barriga algo así como una angustia de color azul. También hablaban de una especie de bosque encantado que igualmente era el colmo del desasosiego. Tratábamos de entender: pueblos que buscan no vaciarse, sobrevivir, darse solución y sentido, aunque sea a través del absurdo. Dejar de ser para seguir siendo, ¿es la única alternativa?
Alcalá de Guadaíra, Sevilla. A una agricultora, gentes llegadas de todos sitios le destrozan un campo sembrado de amapolas porque quieren salir monas en las fotos que cuelgan en las redes. Daba igual que el campo estuviera sulfatado. Es único y hermoso, a saco a por él.
…Y tours varios en los que paisanos disfrazados de bandoleros te secuestran (debieran, además, no sé si arrear con la culata del trabuco, pero sí robar de verdad las carteras), y dragones largando fuego en repentinas fiestas calatravas, y castillos repellados por la escuela taller, y visitas teatralizadas a cuevas de la Andalucía subálvea, en las que ponen un nombre indigno al cadáver centenario hallado en ellas. Y turistas que se quejan severamente del ruido de balidos, cacareos y campanas. Y jornadas en las que, por un módico precio, vives la experiencia -irrepetible- de arrastrar fardos en la aceituna. Todo para el turista. Sólo echo en falta alguna aparición mariana que revitalice alguna aldea con fontanilla. Los jueves, milagro.
También te puede interesar
Lo último
Encuentro de la Fundación Cajasol
Las Jornadas Cervantinas acercan el lado más desconocido de Cervantes en Castro del Río (Córdoba)