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Eurostat es la oficina estadística de la Unión Europea, un organismo con no menos prestigio que nuestro CIS antes de Tezanos. Su misión es elaborar estudios a escala europea que permitan, en este tiempo en que todo se pesa y se mide inexorablemente, hacer comparaciones entre países y regiones. En estos días ha publicado los datos sobre las variaciones del PIB en 35 países europeos entre 2019 y 2022. Es decir, miden el grado de recuperación de las economías tras el terremoto de la pandemia.
No deja de ser curioso que sean cinco países de tradición católica –Irlanda, Polonia, Croacia, Malta y Eslovenia– los que encabecen ese ranking para confusión de quienes siguen creyendo, en la estela de Weber, en el mito de la superior laboriosidad de luteranos y calvinistas. Pero más allá de bromas sobre pretendidos caracteres nacionales o religiosos, el estudio muestra algunos rasgos que merecen señalarse: el primero, el fuerte crecimiento de los países del Este, encaramados a las primeras posiciones en proporción abrumadora. La excepción de Irlanda, con un prodigioso crecimiento del 35%, puede achacarse a la peculiaridad de su economía, propia de un paraíso fiscal, pero el 10,2% de Polonia, el 9,9 de Croacia, el 9,1 de Eslovenia o el 7% de Hungría no pueden atribuirse a la casualidad y poseen enorme mérito, máxime cuando algunos de ellos, como Hungría o Polonia, están sufriendo, por causas estrictamente ideológicas, una sangrante marginación en la atribución de fondos europeos. Atentos a esas sociedades concentradas en dejar atrás, en todos los aspectos, su triste pasado socialista, porque sus exitosos modelos empiezan a tener repercusiones políticas más allá de sus fronteras.
Es llamativo, por otra parte, el mal resultado de las grandes economías comunitarias, a la cola de la clasificación: Francia e Italia exhiben un magro crecimiento de un 1%, Alemania, gripada, se queda en un 0,6, pero tenía que ser España la que cerrara la lista, con un desastroso -1,3%, la única economía europea con un PIB por debajo del previo a la pandemia. En ese contexto adquieren toda su intención y dramatismo las preguntas que se hacen en la Comisión y en el Parlamento Europeo acerca de cómo está gestionando el Gobierno español las ayudas, cifradas en 140.000 millones de euros, procedentes de los fondos Next Generation, que hasta ahora apenas han llegado a la economía real, y menos aún al sector privado. ¿Dónde ha ido a parar ese dinero?
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