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Lo decía mucho Pío Cabanillas, pero no era suyo el copyright: "Lo urgente es esperar" y en el caso del fallecimiento de Blanca Fernández Ochoa lo urgente era esperar a conocer los detalles forenses para hacerse una composición de los hechos. No se conocen todavía, pero sí hay datos suficientes como para adivinar que la magnífica esquiadora decidió acabar con su vida. Se llevó con ella todas las medicinas que tomaba para sus dolencias psicológicas, y en la mochila encontrada al lado de su cuerpo no había más que alimentos, un tiquet de compra de esos alimentos, y una botella de agua. Aunque es arriesgado adelantarse al esperado diagnóstico forense, hay algo más que indicios que apuntan al suicidio.
Suicidio: una palabra que se pronuncia casi en voz baja, que en algunos círculos se considera como una mancha para quien ha optado por esa salida vital, una cobardía. Fernández Ochoa estaba enferma desde hacía muchos años, su gesta en Sapporo no impidió que fuera víctima de un desorden psicológico diagnosticado que conocían todos sus allegados. Y ella misma. Desaparecía con frecuencia, precisamente para meditar sobre su situación en soledad; por eso su familia no se preocupó por su ausencia hasta que pasaron varios días sin dar señales de vida.
Nadie está en condiciones de juzgar a quienes no se sienten ya con fuerzas para enfrentarse a sus problemas, entre otras razones porque a menudo piensan que su desgracia hace desgraciados a quienes más quieren. Blanca no tuvo el oro que tocaba con la mano porque en el último momento una caída le arrebató el triunfo, aunque se desquitó cuatro años más tarde con un bronce que le supo a gloria. Sin embargo, afirman todos los que la han conocido bien, su cabeza estaba enferma, su corazón dolido y su ánimo permanentemente alterado. En los últimos tiempos su ilusión se centraba en las carreras deportivas de sus dos hijos, y una de sus hermanas la había acogido en su casa para que no se dejara llevar por los demonios de su mente. Pero necesitaba sus paseos solitarios por la sierra de Guadarrama, que conocía mejor que los pasillos de su casa, necesitaba meditar en medio de los picos. Meditar sobre sí misma, sobre su presente y su futuro. Sobre cómo sobrellevar la negritud que la invadía periódicamente.
Queda un resquicio para la duda, un posible accidente que desencadenó la tragedia, aunque los datos actuales apuntan a que no se sintió con fuerzas para mantenerse en pie. ¿Importa? ¿Empaña la trayectoria de una mujer que nos ha dado tantos momentos de emoción, de orgullo y de gloria?
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