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Podemos y Ciudadanos tuvieron orígenes y desarrollos bien distintos, pero los dos llegaron a la política española en torno a 2015 con el mismo objetivo: romper el bipartidismo que había marcado el sistema democrático desde los lejanos días de la Transición. Y lo lograron. Representaron lo que entonces se dio en llamar la nueva política, que acababa con los esquemas que habían funcionado durante cuatro décadas y ponía al día un modelo que daba muestras de anquilosamiento. Podemos venía del movimiento social surgido de la debacle económica de 2008 y del descontento creado por la precariedad y el aumento de las desigualdades. Ciudadanos, de una reacción contra un nacionalismo asfixiante en Cataluña que amenazaba fuertemente la cohesión nacional. Ninguno de los dos grandes partidos, PP y PSOE, habían sido capaces de dar respuesta a los retos de ese momento. Esa nueva política tenía todas las razones para encontrar una respuesta electoral y social. Así parecía que iba a ser. Pero fue visto y no visto.
Ciudadanos firma en estos días su certificado de defunción con la decisión de no concurrir a las elecciones y la salida de Inés Arrimadas. Podemos es un alma en pena tras una experiencia de gobierno nefasta. Al final, de una u otra forma, está condenado a desaparecer subsumido en la plataforma de Yolanda Díaz. Sumar se va a parecer mucho más a la antigua Izquierda Unida que a lo que quiso representar en su día el movimiento al que dio forma Pablo Iglesias y será poco más que una muleta del PSOE para cuando le haga falta.
De la nueva política que tantas esperanzas despertó en su día se liquidan ahora los últimos restos. En los dos casos, Ciudadanos y Podemos, el fracaso hay que buscarlo en sus propios errores estratégicos, en el endiosamiento pueril de sus líderes y en la decepción que provocaron en los millones de personas que creyeron que con ellos era posible cambiar las cosas.
El resultado es la vuelta al bipartidismo, como se demostró en las elecciones del 28 de mayo y se confirmará con mayor profundidad en las del 23 de julio. La única corrección al que había antes de 2015 es la aparición de Vox, que hay que considerar como una escisión por la derecha de un PP que abarcaba un espectro ideológico demasiado ancho. Al final el juicio de los españoles ha sido que no merecía la pena el viaje y que era mejor volver a lo anterior. Se ha vuelto a aplicar el viejo refrán de que más vale lo viejo conocido que lo nuevo por conocer.
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