Marco Antonio Velo
De Valencia a Jerez: Iván Duart, el rey de las paellas
Tierra de nadie
Jerez/ADEMÁS de las que hemos considerados como “familias normales”, están las que no lo son. Y dentro de estas hay dos tipos diferentes: las que se salen de “lo normal” porque son más buenas de lo habitual: padres virtuosos con admirable entrega a sus hijos, a los que aman y enseñan a hacerlo, a los que instruyen en lo justo con el propio ejemplo, educan en la prudencia, enseñan en la fortaleza, y a los que procuran templanza y sabiduría. De ellos, los padres que fueron y los hijos que serán, nada que temer, tan sólo la frustrante minoría que suponen. Y están, por otra parte, las que se salen de “lo normal” porque son malas; este sería el “Primer Círculo” de nuestro particular infierno dantesco, que los humanos nos empeñamos en modelar en el mundo en el que tenemos poder para hacerlo: el nuestro. Dentro de este “Primer Círculo”, imitando la estructura ideada por el genial poeta florentino, tendrían cabida “Cuatro Niveles”, según aumente de intensidad del horror que sufren los que allí padecen.
El “Primer Nivel”, dentro del “Primer Círculo”, es el de los que nacen en una familia que los ignora. La ausencia de afecto, en especial en los primeros años de vida de una criatura destinada a ser humana, provoca en ella carencias emocionales irrecuperables, que llevan aparejados daños comportamentales irreparables. Aun contando con tener cubiertas sus necesidades vitales básicas: alimento, vestido, techo y salud; la persona que se haya formado sin un mínimo de cariño y afecto, algo de ternura, y, al menos, una pizca de dedicación por quien a su cargo estuviese, no se podrá desarrollar como un ser humano en plenitud. Las escasez emotiva, sobre todo durante esa edad temprana que es la infancia, cortocircuita la ilusión, y así niega el acceso a la posibilidad de alcanzar la fantasía, y sin ella, el mundo del Hombre no es mundo, se queda en un pedazo de asfalto, con una casita y dos árboles … de plástico.
El “Segundo Nivel”, es en el que están aquellos que llegan a una familia en la que sufren, a más de desatención emocional, la carencia, en más o en menos, en lo que a la debida satisfacción de sus necesidades vitales básicas, se refiere. Nos adentramos, ya, por zona pantanosa, en la que “lo humano” comienza a diluirse en la miseria del humano; lugares oscuros, que no debieran existir, en los que una bruma fétida y nauseabunda asfixia hasta al propio aire que se le acerque; tan lúgubres y terribles son los abismos que hierven bajo ellos.
Me cuesta escribir sobre esto … y lo que viene a continuación. Se me hace difícil pensar, dar forma en el papel a monstruosidades tan lejanas de lo humano que no las superaría en crueldad la más terrorífica de las criaturas extraterrestres surgida de la más espantosa pesadilla imaginable. Lo que hace tan atroz y brutal la incompresible ferocidad del ser humano para con el ser humano, es la ausencia de sentimiento, la falta absoluta de proximidad con la víctima, la insensibilidad para con el padecer ajeno, la inentendible conciencia de quien maltrata y tortura sabiendo el daño que causa y el dolor que provoca; es esta circunstancia la que convierte en espantoso infierno todo lo que toca; la que hace inútil la clemencia; la que ofusca un entendimiento que dejó de serlo cuando sucumbió al odio y la ira.
El “Tercer Nivel” implica el anterior, al que hay que añadir el horror de la violencia, por completo gratuita. Una violencia que se utiliza contra alguien más débil que quien la emplea, además de incapaz, en la mayor parte de los casos, de defenderse. La aberración es de tal índole, que se hace muy cuesta arriba detenerse sobre las teclas que sostienen las letras que van a llegar a un papel en el que se va a poder leer como estas salvajes bestialidades aparecen en una realidad que me resisto a asumir, pero no por no dar cuenta de ellas van a dejar de existir … puede, si acaso, que a fuerza de denunciarlas, gritarlas, perseguirlas y tratar de arrinconarlas, si no desaparezcan, al menos lleguen a darse con menos frecuencia de la que, con horror, comprobamos se da, no lo sé …
Además de constatar, para quien tuviese alguna duda, la incuestionable maldad que se agarra a las partes bajas de los genes que nos hacen ser, biológicamente, como somos; las consecuencias de barbaridades, como la que estamos ahora tratando, para los que tienen la inconsolable desgracia de sufrirlas, o haberlas padecido, si fueron capaces de haber sobrevivido a ellas, son demoledoras: jamás podrán tener una vida emocional equilibrada; miedos y pesadillas, pánicos y aprensiones, angustias siniestras y funestos recuerdos, quedarán enterrados, pero no muertos, en su memoria y en el atormentado subconsciente que duerme bajo ella; complejos, dudas y temores, saludarán cada una de sus mañanas; inseguridad y dolor, perplejidad y zozobra, dudas y ansiedad, despedirán cada uno de sus días … antes de volver a entrar en el insufrible laberinto que les aguarda, sin esconderse, detrás de cada una de sus noches …
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