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Con la venia de ustedes, lectores apreciados, siempre, vamos a hacer un inciso en la serie de artículos que veníamos compartiendo. Restan, para concluir el total de la misma, dos: “Encontrar” y “Mantener”, serán sus títulos; sin embargo, la muerte de un maestro en el difícil arte de la literatura, D. Mario Vargas Llosa, me invita a hacer un paréntesis en la ordenada sucesión de lo que veníamos escribiendo, para no dejar pasar más días sin trasladar el sentimiento que nos ocupa.
Aunque no ha sido su fallecimiento, triste y descorazonador, pero inamovible, la razón de las letras que ahora escribimos, al menos no la pérdida en sí del maestro, sino algunas de las reacciones que, deseando pensarlas irreales, hemos constatado, entre la sorpresa y la indignación, la incredulidad y el perplejo asombro de quien no da crédito a lo que sus ojos se empeñan en hacerle ver como cierto, nos han asaltado con premeditación, nocturnidad e ingentes cantidades de alevosía, insultando la sensatez, desoyendo la dignidad, ignorando la objetiva ecuanimidad y degradando, un poco más si cabe, la ya denostada condición que calificamos como “humana”.
En una de las primeras comunicaciones sobre lo ocurrido, que leí a través de Internet, recién ocurridla la muerte del genio de Arequipa, entre las muchas gentes que transmitíamos, a quien quisiera recogerlas, nuestras sentidas condolencias por la ausencia irreparable de uno de los más excelsos escritores de la literatura universal, comprobé, aturdido primero y consternado después, para terminar del todo estupefacto, como otras, no pocas gentes, arremetían de modo tan mezquino como cobarde y despreciable contra el insigne autor recién desparecido del mundo de los vivos, pues de la Historia de nuestro mundo, si alguna vez alguien llegase a escribirla con cierto rigor y lealtad, no desaparecerá jamás: su nombre está ya escrito de forma imperecedera junto a los de los más grandes, su genial escribir continuará descubriendo universos imposibles a todo el que quiera conocerlos, su espíritu, envuelto en cada una de las imborrables páginas que su maestría nos quiso regalar, respira a la par de los que nunca morirán: Homero, Cervantes, Shakespeare, Dante, Dostoievski, Tolstoi, Balzac, Hugo, Mann, Goethe, Faulkner, Bellow, Maalouf, Coetzee, Carpentier, Baroja, Galdós, Cela … y tantos otros.
Juan Carlos N.: “un fujicaca menos”·; Winston C.: “político porquería”; María Soledad L.: “que no descanse en paz, el traidor”; Carmen A.: “una buena noticia, al fin”; Antonio N.: “un fascista menos”; Gabriel J.: “no se pierde nada”; Daniel L.: “facha”; Johannes S: “Un demonio rumbo a su jefe satán”; Eduardo R.: “político racista y nefasto, una porquería”; Desiderio O.: “un diablo menos”; Roberto B.: “a fuego lento, por favor, este idiota solía decir la dictadura perfecta”. He querido reflejar, tal cual, algunas de las “opiniones” a las que me he referido antes; he puesto nombres y la primera inicial de los apellidos, para que les resulte algo más posible, fácil no lo será nunca, creer que lo que les cuento es cierto.
Ante semejantes manifestaciones de poquedad mental, desprecio absoluto a la objetividad, miseria estructural y podredumbre espiritual, cabe preguntarse, a pesar de que no valga la pena el esfuerzo, el porqué de tanta vileza, la causa de tanta ignorancia, la razón de tanto odio absurdo e inútil, aunque significativo, el motivo de tanta bajeza, cobarde y cubierta de miseria hasta el último de los poros por los que respira la escamosa piel de todos estos reptiles infiltrados entre los humanos.
Resulta evidente, por el sentido de los “comentarios”, que la ideología política es la que ha “animado” a la recua de impresentables. Los acusa su condición de ignorantes sin remedio, los delata su abrumadora incultura, los juzga la literatura y los condena la cultura.
Nos podríamos entretener en enumerar las virtudes de D. Mario, podríamos recordar que siempre fue un defensor de la libertad, su vida y su obra así lo atestiguan; enemigo acérrimo de imposiciones, dictaduras y demás usos habituales en los extremismos de una izquierda que hace mucho tiempo que dejó de ser una ideología respetable, como todas lo son, con valores indiscutibles unos e inasumibles otros y aportaciones necesarias, para convertirse en vil herramienta de mediocres, arribistas, resentidos e inútiles; pero -entretenernos en esto, decíamos- sería una absoluta pérdida de tiempo: los fanáticos empecinados, secuestradores del diálogo, traidores a la sensatez y asesinos de la razón, continuarían bebiendo de la misma agua emponzoñada; y a los demás no les hace ninguna falta ningún tipo de argumentación en favor de lo que, por sí, resulta obvio.
Lo tremendo de lo que, muestras como a las que hoy nos referimos, vienen a constatar, es la, al parecer, irreconducible ruindad en la que la humanidad se hunde. Parece que cualquier atisbo de esperanza en un cambio de rumbo para el siniestro devenir que nos aguarda, no es sino mera fantasía, más lejos de la realidad cada uno de los días que pasan. La ira derrota a la templanza, de nada han servido las magistrales letras de Séneca al respecto. El odio, se apodera de los débiles de espíritu; de los que perecieron ante la frustración, sin ánimo ni determinación parar vencerla; de los pusilánimes, ávidos de una mano, aunque sea una garra, que los arrastre fuera de la miseria de la que no son capaces, por sí mismos, de salir. “La intolerancia, la estupidez y el fanatismo se pueden combatir por separado, pero cuando se juntan, no hay esperanza”, lo escribió Albert Camus, un servidor no podría estar más de acuerdo.
Descanse por siempre en paz D. Mario Vargas Losa, la gloria ya la consiguió en la tierra. Gracias por sus libros, maestro.
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