
Por montera
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El pinsapar
Ramón Pérez Montero, el gran novelista de Medina Sidonia que tanto admiro, me escribe escueto: Ha muerto una época. Le contesto de inmediato: ¡Cómo lo sabes! Pero estoy pensando en los días de sol, el las jornadas felices y en JJ Armas Marcelo, que fue el amigo fiel de Mario Vargas Llosa, el director de su Cátedra, el biógrafo del autor, el qué sé yo del novelista peruano durante decenas de años. La idea fue del recién Premio Canarias de Literatura, en reconocimiento a su importante obra de ficción y sus ensayos. Y académico correspondiente de la Real Hispano Americana. “¿Qué te parece si llevamos a Vargas Llosa a la Venta de Vargas?” Coincidíamos los tres en unas Jornadas de Literatura Hispanoamericana, que se celebraban en Sevilla y era factible ir a San Fernando y volver. Yo llamé a Joselito Picardo y se lo dije, que iríamos los tres con nuestras respectivas esposas. El responsable de la Venta, como siempre, aceptó la visita con alegría y nos puso de comer lo que solía, gloria bendita. Hay una foto en la barra de la Venta que recuerda ese día de sol, una velada maravillosa con un escritor que había estado en mis principios, porque yo era de Berenguer y éste lo era de Mario más que de Gabo, al que admirábamos todos, por supuesto. Alfonso Grosso, Berenguer, Requena, Caballero Bonald, Antonio Burgos, Fernando Quiñones, muchos más, nos dejábamos querer formando parte de otro Boom a la medida de lo que García Márquez, Alejo Carpentier, Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeiro, Juan Rulfo, Onetti, Roa Bastos, etc. habían constituido en lo que se decía América Latina. Los narraluces. En los ochenta, cuando Mario Vargas se allegó a la Venta de, era lo que había, el noble intento de constituir un cuerpo editorial que llevara al mundo nuestras novelas y relatos. Todo eso, como empecé diciendo por boca de Mon Pérez Montero, ha muerto, una época ha muerto como fue desapareciendo la memoria del escritor. Al otro grande del siglo, Gabo García Márquez, le paso parte de lo mismo. Tristísimo que esas cabezas privilegiadas tuvieran ese fin. No fue aquella la única vez que Mario vino a Cádiz pues aceptó el premio del Club Liberal 1812 y Teófila Martinez también lo invitó. Cádiz siempre ha estado en el imaginario ideal de un liberal, hasta el punto que algunos se definen como liberales a la gaditana, no esta cosa economicista y del mercado sino de la libertad, liberal de Libertad. Ese era el Vargas Llosa que fue a morir a su Perú, en el seno de su familia. Nos deja el tesoro inmenso de sus libros.
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