El balcón
Ignacio Martínez
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Su propio afán
Con solemnidad de ultratumba, Chesterton confesó: «Si puedo pasar a la historia como el hombre que salvó de la extinción a unas cuantas costumbres inglesas […] podré mirar a la cara a mis grandes antepasados, con reverencia, pero sin temor, cuando llegue a la última mansión de los reyes». Yo, naturalmente, me apunto a conservar unas cuantas costumbres… españolas. Entre ellas, la siesta, me digo con melancolía, hoy, que no he podido echarla.
También hay alguna costumbre española que me gustaría abolir, para que nadie diga que conservamos cualquier cosa. ¿Por ejemplo? La de hablar mal nosotros de nuestro país, tan arraigada. Y, subiéndole la apuesta a Chesterton, hay otras, incluso, que hay que crear, conservadurismo futurista.
Una de estas tradiciones originales es la corona de adviento hispánica, en la que estoy empeñado. La expliqué el año pasado. Y el anterior, tratando de que arraigue. A la corona de adviento clásica, con cuatro velas de colores, una por cada domingo de adviento, urge añadirle una vela azul purísima, que se encienda el día de la Inmaculada, que vale como un domingo para nosotros.
Los sacerdotes españoles tienen el privilegio único en el mundo de celebrar con una casulla azul celeste el día de la Inmaculada en recuerdo de la defensa que siempre hizo nuestra nación de ese dogma preciosísimo. Muy partidario de los privilegios, éste podemos traérnoslo a casa en nuestra corona en forma de vela azul purísima. que se sume a las cuatro clásicas: la primera, morada, llamando a la penitencia a porta gayola para empezar con buen pie; la segunda, verde, por la esperanza todavía incipiente; la tercera, rosa, porque en el domingo Gaudete ya está más cerca la Navidad y las vestiduras litúrgicas son de ese color del que da gusto ver la vida; el último domingo, roja, cuando la espera ya ha madurado en caridad encendida. La blanca también la sumamos y la guardamos, en el centro y en lo alto, para el 25 por el Niño recién nacido, luz del mundo. Más que una corona de Adviento, lo mío parece la candelería de la Esperanza de Triana, sí, pero es que el barroco también es muy nuestro.
Éste es el último artículo en que la publicito. Pero ojalá prenda la novísima tradición. Imaginad qué belleza que dentro de 150 años apenas cuatro historiadores se acuerden de Pedro Sánchez y que, en cambio, en casi todas las casas se enciendan velas de azul purísima y oro (el de la llama).
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