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Si atendemos a lo que se decía hace un mes de la selección nacional de fútbol sobre sus señalados dirigentes, sobre su modesto entrenador de cantera (al que el mundo woke, por cierto, estuvo a punto de convertirlo en non-nato, aunque ahora todo el mundo mire para otro lado), sobre muchos de sus seleccionados que no juegan en nuestra liga y a los que la mayoría cantarina del otro día ni siquiera hubiera reconocido por la calle… la incontestable victoria en Berlín, sin duda la más rotunda de las conseguidas por el fútbol español en esta época gloriosa, puede calificarse de agradable sorpresa.
Una sorpresa que trasciende a los rasgos más característicos del deporte de élite para elevarse a otros valores de la sociedad que considerábamos incompatibles con el mercantilizado mundo del fútbol. Tiene este último éxito nacional deportivo un componente coral que le da un toque de sencillez distinto a los anteriores, o eso me parece a mí. Naturalmente que hay nombres propios que han resaltado en el triunfo y que no hace falta ni mencionar, pero es el grupo, como conjunto de compañeros entregados a la causa, el que asume el mayor protagonismo. Creo que en ello influye la personalidad del entrenador, honrado hombre de fútbol sin gloria, inteligente, discreto, siempre elegante en las formas pero tajante cuando se trata de defender sus convicciones. Pocas veces encontrará la Iglesia una exposición más elocuente del hombre comprometido con su religión como aquella fantástica distinción entre superstición y fe cuando le contestó a una incauta reportera de… ¡la Cope!
Incluso la explosión en su proyección internacional de sus dos magníficos extremos, ambos provenientes de familias de inmigrantes pero nacidos ya entre nosotros, otorga un punto de diversidad a la victoria. Por descontado que esos otros extremos que no paran de enredar han querido llevar el ascua a su sardina, también en este asunto (mala puntería la de Abascal a cuenta de los Menas justo esta semana…), pero en la memoria colectiva quedará sobre todo la tierna imagen del niño Yamal estudiando en la habitación del hotel para sus exámenes de cuarto de Secundaria. Que su padre ni siquiera alcance la edad de Jesús Navas, otro ejemplo de hombre sencillo donde los haya, dice mucho no sólo de la perfecta conjunción entre jóvenes y veteranos, sino también de la fortaleza de un grupo capaz de representarnos a (casi) todos.
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Gracias, Errejón