La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
El balcón
El Gran Wyoming le preguntó al principio del confinamiento a Iñaki Gabilondo qué es lo primero que iba a hacer cuando terminara su reclusión y el gran periodista dijo sobre la marcha que todos acabaremos en la peluquería. El aspecto de los amigos en las vídeoconferencias demuestra que Iñaki fue profético. Aunque hay quien lo ha resuelto con un pelado de marine norteamericano a maquinilla. Y en Mercadona escasea el tinte de pelo.
Hay daños sentimentales del aislamiento. Una abuela nota por Skype que su nieto no se acuerda de su nombre. Un abuelo se enternece al ver en un vídeo enviado por WhastsApp a su nieta pequeña gatear a toda pastilla por la soleada terraza de su casa; están a 200 kilómetros. Un padre advierte que su hijo, que era muy parlanchín, empieza a tartamudear a la hora de explicarse. También hay esperanzas: a un familiar con una intervención quirúrgica importante aplazada hace dos meses le anuncian que la vuelven a programar.
Hay vecinos que acaban hechos una piña de empatía por los balcones, con los recados o gestos solidarios. Y otros vecinos, que ya no se soportaban antes de la pandemia, se llevan aún peor por el volumen, el horario ¡y el gusto! de la música que ponen. En twitter, la batería de un experimentado grupo de rock se lamenta de no haber elegido la guitarra como su novio, porque es un instrumento más práctico a la hora de ensayar. Una joven se sorprende de que le feliciten su cumpleaños con un poema de Cernuda que es su favorito: el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe... Se recomiendan buenas series de televisión como Line of duty, que se apartan de las clásicas. Algún mentecato critica el acento andaluz de María Jesús Montero.
Se multiplica por cuatro la demanda en los comedores sociales; un periódico lo titula Las colas del hambre. Llama la atención que nos interesemos por muertos anónimos igual que por conocidos, amigos, familiares o referentes sociales como José Mari Calleja. Todos conmocionan. Es terrible morirse de una enfermedad inexistente hace sólo meses; parece una mala película, una pesadilla que tiene a todos los gobiernos a base de prueba y error. Los médicos están indignados con los escasos y poco fiables medios de protección de que disponen. Los ciudadanos se colocan cualquier cosa de mascarilla, como una especie de quitamiedos.
Vamos tirando. Como en la canción, las cosas fundamentales adquieren valor a medida que pasa el tiempo. Y la vida sigue, antes de volver a las peluquerías.
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Gracias, Errejón