Alberto Núñez Seoane

Las vidas que no quisimos vivir

Tierra de nadie

28 de octubre 2024 - 02:13

Son éstas otras, diferentes a las que nos referíamos el lunes pasado: aquellas no las “pudimos”, fueron tal vez, posibilidades frustradas, podríamos responsabilizar por ello al destino; sin embargo, éstas no las “quisimos”. nadie más que nosotros decidimos dejar de vivirlas para vivir otras distintas.

Y no tiene por qué haber sido mala la elección. Si dudamos, es evidente que lo hacemos porque nos falta seguridad suficiente. En ocasiones es buena la decisión, en otras no; pero esto es algo irremediable, nuestro mundo no es fiable, mucho menos los humanos que lo poblamos. Nada permanece, todo cambia, escribía Heráclito, el sorprendente filósofo griego; lo peor suele llegar cuando los que cambiamos en exceso somos nosotros: no es malo cambiar, es más, es necesario evolucionar, imprescindible adaptarse y conveniente progresar; pero esto no va contra la coherencia que a nosotros mismos debemos ni mucho menos contra la lealtad que nos obliga para con quien nos quiere o queremos.

Hablamos, hoy, de esas vidas a las que no queríamos decir “no” y sin embargo se lo dijimos. Las razones son tan variadas como complejos son los caracteres de las personas, no obstante nos atreveríamos a sugerir que la causa que suele abundar y predominar no es otra que la cobardía; bien, revestida de excesivo recelo a lo que no es cotidiano, temor a lo que desconocemos, angustia ante lo arriesgado, o puro espanto a lo que se nos va de las manos; bien, disfrazada de falta de gallardía, falsa prudencia o sensatez fingida; pero siempre cobardía.

La podemos vestir con el traje que menos nos disguste: podemos tratar de hacernos creer que “hicimos lo que teníamos que hacer”, empeñarnos en pensar que “era una locura”, intentarnos convencer que lo hicimos “por el bien de …”, “porque era lo mejor …”, o porque “no teníamos otra opción …”; con cualesquiera de los argumentos lo que conseguimos no es más que engañarnos, nos mentimos.

Acertar o equivocarse se reparte en la proporción en que intervenga la humana condición: a más humana, mayor error. Esto no es nuestra culpa, así somos: frágiles, inconstantes, débiles y dependientes; lo que sí es responsabilidad exclusivamente nuestra es la decisión.

Si no aceptamos aquel trabajo que nos ilusionaba porque el que teníamos nos “iba bien”; si no echamos de nuestra vida a aquel “amigo” que supimos que nunca lo fue; si no confesamos el amor que sentimos a quien ni en sueños nos dejaba dormir; si no arriesgamos lo que seguro teníamos por la posibilidad de conseguir lo que nuestra ilusión siempre deseó … ¿qué podemos esperar entonces de la vida, más que rutina, envidia, desamor y decepción? No, no es la vida la que nace insoportable y en exceso dura; somos nosotros los que la hacemos invivible y la volvemos, a veces, inaguantable.

A nuestro modo de ver, la clave es la ilusión. No es factible, con tantos males que sin necesidad de buscarlos por sí solos vienen, un mundo sin fantasía: y la fantasía es el hogar que habita la ilusión. Si vivimos “con” ella, acabaremos por vivir “para” ella; si existimos para ella, nos motivará conseguirla, nos importará obtener los medios que nos permitan tenerla. “El fin no justifica los medios”, pero el fin condiciona el “como” conseguirlo: no es lo mismo el modo en que se pelea por una ambición que con el que se lucha por un ensueño.

Si nos apuran, creemos que todos sabemos de alguna vida de esas sobre las que hoy escribimos, de las que no quisimos vivir. Porque da igual lo que, de haber tomado aquella decisión, después hubiera pasado, lo que trasciende es el hecho de haberla tomado, de ser coherentes con nuestra ilusión, leales a la parta de fantasía que hay en nuestra condición.

Las vidas que pudimos tener, pero sin intentarlas les dijimos adiós, las vidas que no quisimos, cavan vacíos, en las que vivimos, que no se pueden llenar.

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