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La colmena
Siempre he pensado que no hay mejor espejo social que la España profunda. La España de esos pueblos perdidos en que tanto nos gusta refugiarnos cuando huimos del turismo de borregos. La que logra pervivir al otro lado del cartón-piedra, ese que acaba encajado en la pantalla del móvil. La que custodia tantas historias de infancia y adolescencia con un guion compartido: hacer la maleta.
En esos pueblos de nostalgia se puede rastrear lo mejor y lo peor. Lo que se empeña en nacer y lo que no terminar de morir. En esos pueblos, contradictorios pero auténticos, siempre ha habido un viejo verde. Y, aunque nos duela, siempre lo hemos consentido. De la mirada lasciva a la palmadita en el culo. Del piropo obsceno al roce indebido. De la anécdota al abuso. Sin otra distracción que ascender en la escala del machismo.
Pero esa España profunda también palpita en el corazón de nuestras ciudades. Entre torres de hormigón, luces LED y cableados futuristas. Con viejos verdes, con babosos de cualquier edad, que se camuflan con suma habilidad en nuestros círculos más íntimos. Depredadores sexuales con máscara de cordero.
Una veintena de menores ha denunciado a su entrenador de fútbol, técnico de la Universidad de Huelva, en lo que solo parece la punta del iceberg. La Policía espera un aluvión de casos. Utilizaba su posición de autoridad para abusar de las chicas. La valentía de una joven destapando su modus operandi (incluidos sus "masajes de abductores") y la ropa interior que fue guardando a modo de trofeos han sido clave para la detención.
Décadas de chantaje y de manipulación. Décadas de un "silencio a voces" que nadie rompió y que solo se puede entender si le ponemos el marco del machismo. De esa cultura aprendida en que toca aguantar y callar. Porque es una broma, porque no es para tanto, porque somos unas estrechas, porque todo tiene un precio. Y en ese precio están ellos; los babosos. Los mismos que van a una fiesta, como la de los premios Feroz, y se ven con derecho a sobrepasarse. Porque hay unas copas y unos escotes de más; o de menos. Porque es lo que toca sin que ni siquiera nos demos cuenta de que estamos atrapadas en las redes de la inercia.
Por todo esto y por mucho más, porque es en el micromachismo donde habitan los monstruos, la Ley de Libertad Sexual no puede dar pasos atrás. El consentimiento no se puede poner en cuestión; el "sí es sí", con una reforma valiente y sin atajos, debe ser la línea roja. Cueste (electoralmente) a quien le cueste.
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