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El término wokismo, del inglés woke o awake (despierto), se refiere al movimiento que pretende la concienciación general en torno a las desigualdades sociales. La idea, cuyo objetivo es en principio loable, ha derivado en variantes (#BlackLivesMatter o #MeToo, por ejemplo) que, en lugar de concentrar sus esfuerzos en la lucha contra las discriminaciones, tratan de implantar una visión neopuritana de la realidad, con el fin, en expresión del filósofo francés Jacques Derrida, de deconstruirla, de sustituir el modelo dominante por otro. "Fuera del texto no hay nada", sentenció Derrida. De ahí la insistencia en que la propia realidad se reduzca a los "significados" sobre ésta. Marina nos ofrece una comprobación esclarecedora: para el feminismo clásico, el género era una construcción social; para el feminismo woke, el mismo sexo es una construcción social, un significado. Esta es la clave: cambiar el significado de las palabras es lo mismo que cambiar la realidad, porque ésta se desvanece. Por ello, su lucha incansable en la labor de modificarlas o de crear otras nuevas que hurten al lenguaje su función de concretar verdades y valores.
No es mi intención profundizar hoy en lo woke. Quizás en otra ocasión. Pero sí detenerme en una noticia relacionada que me parece de interés: ciertos sectores de la Iglesia Anglicana persiguen imponer el uso del género neutro para referirse a Dios, ya que consideran que hacerlo como varón es un error y está en la base del actual sexismo. El fin, explican, es "desarrollar un lenguaje más inclusivo en la liturgia". El hallazgo, ya implantado en la Iglesia Luterana sueca desde 2017, además de responder a su condición de religión estatal que debe conformarse con los vientos que soplan en el Estado que la sustenta, tropieza con dos obstáculos -uno de fe y otro histórico- que revelan lo desvariado del propósito: por una parte, señala el profesor José Errasti, "los textos sagrados, para los creyentes, no están escritos por hombres, sino por Dios"; por otra, fue el propio Cristo quien repetidamente llamó Padre a Dios.
Es obvio que Dios no tiene sexo. Pero también que el denostado masculino genérico soluciona esa rareza. Si Cristo se consideró Hijo de un Dios Padre, ¿quién es la Iglesia de Inglaterra para corregir a Cristo? Pues eso, que dejen en paz a un Dios en el que parecen no creer y a cuantos, creyendo, nos dirigimos a Él como la divinidad dictó y quiso.
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Gracias, Errejón