Editorial
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La quiebra de dos pequeños bancos en Estados Unidos, el Silicon Valley Bank que a su vez ha arrastrado al Signature Bank, ha levantado en todo el mundo el temor a una nueva crisis financiera que inevitablemente hace evocar la que sacudió los cimientos del sistema capitalista tras la caída de Lehman Brothers. En un contexto internacional marcado todavía por los coletazos de la pandemia del Covid-19, las consecuencias de la invasión de Ucrania, las altísimas tasas de inflación y el encarecimiento del crédito, la inestabilidad bancaria agravaría una situación ya de por sí muy complicada. Las cosas han cambiado mucho en el sistema financiero desde 2008 y la mayor parte de estos cambios han sido para bien. Es lógico, sin embargo, que cualquier atisbo de crisis en la primera potencia occidental provoque temor en los mercados y de ahí la caída de cotización en los principales bancos del mundo, aunque las entidades afectadas en Estados Unidos no tengan características de sistémicas y el presidente Biden haya garantizado los depósitos. Un ejemplo claro de lo que ha cambiado el sistema financiero desde la crisis de hace 15 año lo tenemos en España. Desaparecidas las cajas de ahorro y eliminados sus principales problemas de politización y exposición tóxica a activos inmobiliarios, los bancos españoles gozan hoy de una fortaleza y una solvencia que hace alejar cualquier temor. En ese sentido, tanto España como el resto de los países de la UE han aprendido la lección y el panorama del sector, en cuanto a calidad de gestión, no tiene nada que ver con el que quedó atrás. Pero no hay que olvidar que en un mundo tan cambiante como el actual y sometido a tantos factores de riesgo, actuar con prudencia es una necesidad. Bruselas ha lanzado un mensaje de calma que los mercados deben recoger porque en situaciones complicadas es más necesario que nunca no dejarse llevar por el miedo.
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