Editorial
La añoranza del consenso
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Durante las cuatro décadas de desarrollo autonómico en Andalucía se ha agudizado el desequilibrio interno entre territorios. Hoy no tendría sentido hablar, como se hizo al comienzo de la Transición, de diferencias entre una Andalucía occidental y otra oriental. Llegó incluso a plantearse la posibilidad de configurar dos comunidades diferentes. Pero sí se dibujan claramente una Andalucía del interior y otra litoral. De ellas, la primera es la que lleva las de perder, mientras que la que se acerca a la costa es la que goza de más población y renta. Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, referidos a final de 2021, consolidan la tendencia que se ha venido registrando en las últimas décadas: la Andalucía interior pierde población y ésta cada vez tiene una media de edad mayor. Se trata de un fenómeno que se da en toda la Europa desarrollada, aunque en el caso andaluz está evolucionando a una enorme velocidad. Los municipios que pierden habitantes de forma más acusada y que están más envejecidos son los de zonas de sierra. La situación se puede calificar de alarmante en comarcas como Aracena y Picos de Aroche, en Huelva, la Sierra Norte de Sevilla, los Pedroches en Córdoba, las Alpujarras en Granada y Almería o la Sierra de Málaga, por citar los casos más notorios. La región cuenta con una población que ronda los ocho millones y medio de habitantes y no llega a un millón los que residen en municipios de menos de cinco mil habitantes. Es evidente que la tendencia será muy difícil, por no decir imposible, de revertir. La emigración masiva de la juventud en busca de mejores oportunidades es un fenómeno imparable en la España rural desde los años del desarrollismo de mediados del siglo pasado. Pero también lo es que la Andalucía interior lleva muchos años de abandono, sin políticas eficaces de fijación de la población al territorio. En eso tampoco la autonomía ha servido para resolver un problema que se enquista con el tiempo.
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